Cabello largo, meollo corto.

Conforme a la arraigada creencia popular, afirma que la cabellera abundante desacredita de buen entendimiento a su poseedor. Tanto que hasta Federico II de Prusia, una vez que entró en la cámara de cierto afamado aristócrata, como viese el sinnúmero de postizos que allí colgaban, exclamó con desdén: «¡Cuánta peluca para un hombre que no tiene cabeza!».

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