Del leer sale el saber.

Porque todo -dice- está en lo escrito. De modo que una vez el dramaturgo Enrique Ibsen, atraído por el tropel de gente que se agolpaba ante un cartel, allá se fue también, mas como al pronto reparase en que había olvidado los lentes, preguntó a uno de los circunstantes qué decía allí, a lo que, compasivamente, repuso el otro: «Lo siento, amigo; tampoco yo sé leer.».

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