Fruta prohibida, más apetecida.

Tal es -según el refrán- el eterno mecanismo de la seducción desde los días del paraíso terrenal. Lo decía una vez agudísimamente cierta ingeniosa y perversa dama, mientras tomaba con deleite un sorbete de frutas: «¡Qué riquísimo está! Lástima que no sea pecado.».

Recurso: Diccionario de refranes, dichos y proverbios on Buho.Guru