Ingratitud embota la virtud, (La)

Dice que los ingratos acaban por disuadir a los virtuosos de poner en práctica su bondad. Así aquel ermitaño, citado por el proverbista Rodríguez Marín, a cuya puerta, junto con la esterilla de las limosnas, había siempre un cántaro de agua para apagar la sed de cuantos caminantes pasasen por allí. Hasta que un día algún bellaco pegó fuego a la esterilla, y así concluyó el valioso socorro.

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