Quien mucho llora, su mal empeora.

Porque el llanto, si sedativo, ahonda la fuente del dolor. Bien lo sabía Solón, el severo legislador griego, y cuando alguien, mientras él lloraba la muerte de su hijo, tuvo a bien decirle que las lágrimas eran cosa inútil, exclamó con rabia: «¡Por eso lloro!».

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