Quien ruega y ruega, a su fin llega.

Así lo entienden, no sin razón, los pedigüeños, como aquel soldado francés, trunco de un brazo, que cada mañana acudía a la Asamblea popular en demanda de una pensión y del que Riverol, siempre incisivo, llegó a decir: «Miradle: hasta la mano que le falta tiende ese hombre a la Asamblea.».

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