Todos los días gallina, amarga la cocina.

Sabido es que la forzada insistencia en algo, por placentero que sea, acaba por generar cansancio. Bien lo sabía el libertino Enrique IV de Francia, quien, harto de oír los reproches de su confesor, invitó a éste a su mesa para hacerle comer perdiz durante seis días seguidos. «Señor -concluyó por repugnar el clérigo-, siempre perdiz...» A lo que respondió el monarca: «Amigo mío, siempre la reina...».

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