Unos se llaman andana, y otros se llaman andando.

En tiempos, «llamarse a andana» significaba acogerse al derecho de asilo que prestaban los templos, y aun cuando después desapareciese tal derecho, la expresión, siquiera metafóricamente, sigue manteniendo el significado de inhibición o desentendimiento hacia cualquier cosa en particular.

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