BIBLIOGRAFÍA

La bibliografía como ciencia y técnica tiene ya una historia centenaria en Cuba. Hay una inicial preocupación por ofrecer cierto estilo de compilación bibliográfica de la producción escrita por los cubanos, hacia el segundo tercio del siglo XVIII, cuando no hay sino ligeros intentos de expresión literaria en la isla y era más que incipiente cualquier otro tipo de expresión libresca. Por estos años un erudito habanero, fray José Fonseca, entretenía sus ocios en la búsqueda de libros publicados o escritos por los ingenios cubanos. Este fraile, profesor de teología y rector de la Universidad de La Habana, pudo revisar las escasas bibliotecas entonces existentes en la ciudad y hacer recuento de los libros de cubanos que había en ellas. Su «Noticia de los escritores de la isla de Cuba» ha permanecido siempre inédita.

Al iniciarse la cuarta década del siglo XIX es cuando en realidad surge una verdadera preocupación bibliográfica entre los cubanos. Tradicionalmente se viene concediendo la primacía en estos estudios a Antonio Bachiller y Morales. Sin embargo, cinco cubanos, dos de ellos de renombre en otros aspectos de la cultura -Felipe Poey y Domingo del Monte- se le habían adelantado en el recuento de la obra bibliográfica cubana. De Felipe Poey se dice que, estando todavía en Francia, había investigado y redactado un serio trabajo «Sobre algunos historiadores de Cuba», cuyo texto se perdió antes de salir de la categoría de manuscrito. Domingo del Monte, la persona sobre quien recaían las mejores condiciones culturales, sociales y económicas para llevar a cabo este tipo de trabajo, lo emprendió sobre bases más seguras. Rico por su matrimonio con la hija del millonario Aldama, pudo reunir la más completa biblioteca que de libros cubanos o sobre Cuba se conoció en esa época. Su «Biblioteca cubana. Lista cronológica de los libros inéditos e impresos que se han escrito sobre la isla de Cuba y de los que hablan de la misma desde su descubrimiento y conquista hasta nuestros días», cerrada eventualmente en 1846, no vería la luz sino en 1882. Del rastreo que en este sentido llevaban a cabo los corresponsales que Del Monte tenía en diversos lugares del mundo, han quedado interesantes huellas en el Centón epistolario. La muerte sorprendió a Del Monte antes de haber podido dar cima a esta labor. También inédita quedó la compilación que bajo el título de Memoria bibliográfica de todas las producciones literarias publicadas en esta Isla llevó a cabo, en 1848, el mediocre poeta Lucas Arcadio de Ugarte. Este trabajo, perdido sin llegar nunca a la imprenta, tiene a su favor el hecho de haber sido el primero de esta índole que en Cuba emplea la palabra «bibliografía». Inédito, también perdido y de esta misma época, fue el trabajo que Pedro Guiteras había ido reuniendo bajo el título de Diccionario bibliográfico americano. El hijo de Felipe Poey, Andrés, de formación más francesa que cubana, pensó dar regularidad y sistema a los múltiples esfuerzos de sus paisanos, nunca cristalizados en nada tangible. Para alcanzar objetivos concretos, en mayo de 1853 lanzó el prospecto de un Boletín Bibliográfico Cubano, que quedó también en proyecto frustrado.

Hay pues que esperar hasta 1861 para que en el tercer volumen de los Apuntes para la historia de las letras y de la instrucción pública en la isla de Cuba apareciese el «Catálogo de libros y folletos publicados en Cuba desde la introducción de la imprenta hasta 1840», con un total de 1020 publicaciones. Más tarde, una serie de adiciones complementarias duplicarían el número de asientos bibliográficos originalmente publicados por Bachiller. Así, fueron apareciendo los añadidos de Eusebio Valdés Domínguez en 1879, los del propio Bachiller en 1880 y las rectificaciones, ratificaciones y adiciones del erudito Francisco Jimeno, también de 1880, todos en la Revista de Cuba. En ésta fue publicado el trabajo de Domingo del Monte a que nos referimos anteriormente. En El Curioso Americano, su director, Manuel Pérez Beato, publicó una «Tipografía cubana» (1892-1893), con la que sumaba unos cientos más de fichas a la bibliografía tan premiosa y multipersonalmente compilada, nuevamente enriquecida por Bachiller mismo con su apéndice de 1893.

José María Abraido publicó en 1872 el primer Catálogo de su librería, que sería el primero de este tipo de publicaciones en Cuba. Otro librero, Andrés Pego, publicaría en 1876 el segundo. El propio Abraido daría a la imprenta un grueso Apéndice a su Catálogo el año 1877. El primer Catálogo de biblioteca privada que verá la luz en Cuba será el que en 1878 compiló el Casino Español de La Habana. Resulta interesante este Catálogo porque en él aparecen bastantes obras cubanas, muchas de las cuales pasaron a poder del círculo españolista a consecuencia de las expropiaciones llevadas a cabo en las bibliotecas privadas de los patriotas levantados en armas o emigrados a raíz del grito de Yara.

Cipriano Muñoz y Manzano, conde de la Viñaza, cubano de nacimiento, pero de proyección española, publicó dos recopilaciones, fruto de su labor especializada en la búsqueda de fuentes filológicas españolas y sobre lenguas indígenas americanas. Bibliografía española de lenguas indígenas de América (1892) y Biblioteca histórica de la filología castellana (1893). En 1899 aparecieron los Apuntes para una biblioteca de la gramática española, de José A. Rodríguez García. Más tarde aparecerían dos volúmenes de su Bibliografía de la gramática y lexicografía castellana y sus estudios afines (1903-1907), obra que quedó incompleta al no ver la luz el resto de los volúmenes. Las bibliografías de tipo local se inician con la recopilación que Leandro González Alcorta publicó bajo el título de Datos para la historia de Vuelta Abajo: exploración bibliográfica (1902). Con este trabajo, tan lleno de sugerencias como plagado de desorden, puede darse por cerrado el período decimonónico de la bibliografía cubana.

Esta primera etapa, intuitiva y nada técnica, se caracteriza sobre todo por un emocional y patriótico deseo de acumular hechos bibliográficos. Para llegar a estas acumulaciones, el investigador bibliográfico se conforma en ocasiones con la sola referencia verbal o epistolar. No necesita tener el libro en sus manos y mucho menos se toma el trabajo de describirlo. Cuando hay algún tipo de descripción en estos trabajos bibliográficos, se hacen patentes también, en la mayoría de los casos, las contradicciones técnicas. Falto el país de bibliotecas centralizadoras, estos pioneros de la bibliografía se ven supeditados a llevar a cabo búsquedas en las escasas y no siempre provistas bibliotecas particulares existentes en la isla o echar mano de referencias no siempre seguras y dignas de respeto. Casos como el de Del Monte, Bachiller y Morales o Néstor Ponce de León que, debido a su fortuna personal, se podían permitir el lujo de disponer de notables bibliotecas, son escasos. En general el bibliógrafo debe llevar a cabo su trabajo en las escasas bibliotecas conventuales -poco literarias, aunque sí humanísticas-, en la de la Universidad y en la mejor provista de la Real Sociedad Económica de Amigos del País. La falta de una técnica bibliográfica en la mayor parte de estos bibliógrafos ha dado lugar a que una gran cantidad de libros descritos por ellos, perdidos o desaparecidos en la actualidad, sólo puedan ser reseñados con la mala transcripción del título y contenido que de ellos se hizo y sin una gran parte de los datos técnicos que los describían.

La que pudiéramos considerar segunda época de la bibliografía en Cuba se inicia con el advenimiento de la República. Precisamente, debido a su origen mediatizado y a la larga permanencia en los Estados Unidos de muchos de los que abordarán este tipo de trabajo, la influencia de los métodos y sistemas norteamericanos se harán manifiestos. La aparición de la Biblioteca Nacional, el desarrollo de la Sociedad Económica, el incremento natural de la biblioteca universitaria y la organización y puesta en servicio del Archivo Nacional, harán posible un mejoramiento incontestable de los trabajos bibliográficos y de sus resultados. Con el Archivo sobre todo, el investigador cubano se hallará en condiciones de tomar contacto con una serie de elementos bibliográficos -folletos y panfletos especialmente- que fueron generalmente ignorados hasta la fecha. Este tipo de impresos, como puede comprobarse en todo momento, habrá de constituir un alto porcentaje de la producción bibliográfica cubana.

Carlos M. Trelles da inicio a este período con la publicación de su Bibliografía de la segunda Guerra de Independencia y de la Hispano-Yankee (1902). Su enorme labor como bibliógrafo cuenta con sus obras fundamentales Ensayo de una bibliografía cubana de los siglos XVII y XVIII (1907), Bibliografía cubana del siglo XIX (1911-1915), en ocho grandes volúmenes, y Bibliografía cubana del siglo XX (1916-1917), en dos volúmenes. La primera de estas dos últimas recopilaciones presenta las fichas en orden cronológico de fecha de publicación; la segunda las recoge en orden alfabético de autores y títulos. En los años subsiguientes publicó la Bibliografía científica cubana (1918-1919), en dos volúmenes, la Biblioteca geográfica cubana (1920) y la Biblioteca histórica cubana (1922-1926), en tres volúmenes, así como el Estudio bibliográfico cubano sobre la doctrina de Monroe (1922). Más tarde aparecieron la Bibliografía social cubana (1924), reeditada por Israel Echevarría en 1969, la «Bibliografía de autores de la raza de color de Cuba», publicada en 1927 en la revista Cuba contemporánea, la «Bibliografía de Varona», recogida en el Homenaje a Enrique José Varona en 1935, la Bibliografía de la Universidad de La Habana (1938) y la «Bibliografía de la prensa cubana (de 1764 a 1900) y de los periódicos publicados por cubanos en el extranjero», insertada en la Revista Bibliográfica Cubana, cuyo cese en 1939 la dejó incompleta. No llegó a publicarse la bibliografía de la literatura cubana, tan anunciada por el autor.

Durante los primeros años de la República hay que destacar la labor del gran bibliógrafo Domingo Figarola Caneda. Ya en 1902 apareció en El Fígaro su bibliografía de Rafael M. Merchán, publicada independientemente en 1905. Ese mismo año, como director de la Biblioteca Nacional, publicó un Índice de títulos contenidos en las diversas colecciones facticias de la Biblioteca Nacional adquiridas por compra hecha al doctor Vidal Morales y Morales, el primero de los publicados en Cuba. Publicó además en la Revista de la Biblioteca Nacional, entre 1909 y 1912, breves bibliografías de Luis Estévez, Ramón Meza, Ricardo del Monte, Pedro Santacilia, Félix Varela, e Ildefonso Estrada y Zenea, así como el primer intento de compilación bibliográfica, tanto de bibliografía activa como pasiva de José Martí, debidos casi todos a su propio esfuerzo. Su labor culminó con la Bibliografía de Luz y Caballero (1915), considerada durante mucho tiempo como modelo ideal de este tipo de trabajo.

Merece destacarse también la labor de Luis Marino Pérez, formado fuera de los archivos y bibliotecas cubanos, autor de Apuntes de libros y folletos impresos en España y en el extranjero que tratan expresamente de Cuba, desde principios del siglo XVII hasta 1812, de Guide to the materials for American History in Cuban Archives, ambas de 1907, y de la Bibliografía de la Revolución de Yara (1908).

La importante labor bibliográfica de Fermín Peraza consta de numerosos títulos. Se inicia con la Bibliografía de Enrique José Varona (1932), ampliada en 1937, y culmina, vista en su conjunto, con el Anuario Bibliográfico Cubano (1938-1960), donde recogió la bibliografía aparecida en Cuba entre 1937 y 1959. Trabajó además en otras bibliografías de personalidades destacadas, como Martí (Guía bibliográfica sobre José Martí, 1938; Bibliografía martiana (1940-1957), 1941-1958; Bibliografía martiana (1853-1953), 1954; Bibliografía martiana (1853-1955), 1956), Francisco González del Valle, (Bibliografía de Francisco González del Valle, 1943), Diego Vicente Tejera (Bibliografía de Diego Vicente Tejera y García, 1945), José Antonio Ramos (Bibliografía de José Antonio Ramos, 1947 y 1956) y Antonio Maceo (Bibliografía de Antonio Maceo y Grajales, 1945 y 1946). Es autor de varios índices de publicaciones periódicas (Índice de la Revista de Cuba, 1938; Índice de la Revista Cubana, 1939; Índice de Cuba Contemporánea, 1940; «Índice del Papel Periódico de La Habana», recogido en la Revista Bimestre Cubana, 1943; Índice de El Aviso, 1944; Índice del Aviso de La Habana, 1944; Índice de El Fígaro, 1945-1948; Índice del Boletín del Archivo Nacional, 1946), de la Bibliografías cubanas (Washington, 1945), de la Bibliografía cubana de la II Guerra Mundial (1945), de una Bibliografía cubano-uruguaya (1956) y de la Bibliografía cubana de los libros de textos de historia de Cuba (1959). Publicó el Boletín del Anuario Bibliográfico Cubano (1938-1949), donde se ofrecía información sobre las actividades bibliográficas del país y se recopilaban algunas bibliografías menores sobre patriotas o escritores cubanos.

A la labor de estos bibliógrafos hay que añadir la de diversos investigadores y bibliógrafos menos destacados, que recopilaron bibliografías sobre diversas personalidades. Así, el erudito José Augusto Escoto con el «Ensayo de una biblioteca herediana», publicado en 1904 en Cuba y América, que constituye la primera recopilación bibliográfica sobre un escritor cubano; Evelio Rodríguez Lendián con la bibliografía de Ramón Meza recogida en su Elogio del Dr. Ramón Meza y Suárez Inclán (1915); Jorge Le Roy Cassá con la de Carlos M. Trelles en el Homenaje al señor Carlos M. Trelles, socio de honor (1919); Enrique Piñeyro con la que recopiló sobre sí mismo, publicada por Domingo Figarola Caneda con notas y complementos suyos en 1921; Antonio L. Valverde con la de José de Armas y Céspedes en el Elogio del Lic. José de Armas y Céspedes (Justo de Lara) (1923); José A. Rodríguez García con la que añade a su Manuel Sanguily (1926); Julio Le Riverend con su «Bibliografía y pensamiento de la obra de Arrate», recogida en Libros Cubanos (nov.-dic., 1940- ene.-feb., 1941); Esperanza Figueroa con la que añade a su tesis sobre Julián del Casal (1942); Israel M. Moliner con su Índice bibliográfico de Bonifacio Byrne (1943); María Villar Buceta -autora de «Guías de las bibliografías cubanas», publicadas en la revista Libros Cubanos (1940)- con su Contribución a la bibliografía de Rafael María de Labra (1944); Berta Becerra con su Bibliografía del Padre Bartolomé de las Casas (1949) y con la que compiló sobre Fernando Ortiz, recogida en el tomo tercero de Miscelánea de estudios dedicados a Fernando Ortiz (1957); Jorge Aguayo con su Bibliografía de Alfredo M. Aguayo (1950); Manuel Pedro González con su Fuentes para el estudio de José Martí (1950); Manuel Moreno Fraginals con sus fuentes bibliográficas sobre Anselmo Suárez y Romero, publicadas en la Revista de la Biblioteca Nacional (1950); José Barrial Domínguez con su Bibliografía de Rafael Montoro y Valdés (1952); Juan M. Dihigo con su «Bibliografía de Domingo Figarola Caneda», publicada en Revista de la Biblioteca Nacional (1952); José Manuel de Ximeno con las «Papeletas bibliográficas de Cirilo Villaverde», recogidas en la Revista de la Biblioteca Nacional (1953); Andrés Angulo y Pérez con «El Padre Varela. Sus obras, la producción vareliana. Bibliografía», publicada en el Anuario de la Facultad de Ciencias Sociales (1954); Olga Collado con la de Nicolás Heredia en su Nicolás Heredia, vida y obra (1954), y María Luisa de la Tejera y Horta, con su Bibliografía de Luisa Pérez de Zambrana, tesis presentada en 1958, contribuyeron a enriquecer la labor iniciada por Trelles.

La bibliografía teatral cuenta con la recopilación que José Juan Arrom incorporó a su Historia de la literatura dramática cubana (1944), con el «Repertorio teatral cubano», de Jorge Antonio González, publicado en la Revista de la Biblioteca Nacional (1951) y con la «Bibliografía del teatro cubano», de José Rivero Muñiz, publicada en la misma revista en 1957.

A Arturo R. de Carricarte se debe «La novela en Cuba. Bibliografía», publicada en Heraldo de Cuba (1915). Así como «Nuestro año intelectual, 1914» y «Balance literario de Cuba en 1915». Publicados en ese mismo diario en 1915 y 1916 respectivamente.

Las compilaciones bibliográficas sobre periodismo se inician con el trabajo de Joaquín Llaverías sobre Los periódicos de Martí (1929). En 1930 Manuel Martínez Moles publicó su Periodismo y periódicos espirituanos. Elena Verez de Peraza contribuyó a este tipo de bibliografías con su Publicaciones de las instituciones culturales cubanas (1950). La bibliografía sobre historia se enriqueció después de los aportes de Trelles y de Marino Pérez, con los trabajos de Manuel Pedro González (A selective bibliography of the Cuban Revolution against Machado (1898-1933), (1942), de Carlos M. Raggi Ageo (Bibliografía político-social cubana, 1940), de Emilio Roig de Leuchsenring («Bibliografía histórica cubana», 1940), de Manuel I. Mesa Rodríguez («Algunas fuentes bibliográficas para la historia de Cuba», 1958), de José Manuel Pérez Cabrera (Fundamentos de una historia de la historiografía cubana, 1959, bibliografía ampliada y perfeccionada más tarde en su Historiografía de Cuba, editada en México en 1962) y la «Bibliografía de la Revolución Cubana», publicada en la Revista de la Biblioteca Nacional (1959). La reseña bibliográfica de libros de viajes comienza con el trabajo elemental y poco técnico de Luciano de Acevedo, La Habana en el siglo XIX descrita por viajeros extranjeros (Ensayo de bibliografía crítica) (1919), trabajo enriquecido notablemente, ya dentro de las reglas técnicas, por Cuba. Viajes y descripciones, 1943-1950, (1950), de Rodolfo Tro.

La labor de Peraza como indizador fue enriquecida con la publicación de los dos volúmenes de Índices de las Memorias de la Sociedad Económica de Amigos del País (1938), de Adrián del Valle, y con los trabajos de Celso Henríquez (Índice general de Universidad de La Habana, 1942), de Berta Becerra (Índice de la Revista de la Facultad de Letras y Ciencias de la Universidad de La Habana, 1955) y de Rubén Alfonso Quintero (Índice de la Revista Cubana (1935-1957), 1958), a quien se debe la continuación y culminación, en 1959, del trabajo publicado por Celso Henríquez sobre la revista Universidad de La Habana.

Debemos citar además, entre otras, la Bibliografía comentada sobre los escritos publicados en Cuba relativos al Quijote (1905), del erudito y bibliófilo Manuel Pérez Beato; la Contribución al estudio de la arquitectura cubana (1713-1942) (1943), de José Román Zulaica; la Ex-libris cubanos (1950), trabajo más bibliológico que bibliográfico de José Mayol; el Índice de documentos existentes en el archivo de Antonio Bachiller y Morales, que se conservan en la Biblioteca Nacional (1950) y Los 120 primeros años de la imprenta en Cuba (1723-1843) (1951), de Rodolfo Tro; la compilada por Esteban Rodríguez Herrera para acompañar su edición comentada de Cecilia Valdés; o, La loma del ángel (1953), y El libro de Cienfuegos (1954), de Lilia Castro de Morales. Se recopilaron además bibliografías sobre el tabaco, el café, etcétera.

En lo referente a las publicaciones periódicas que recogían información bibliográfica, merece citarse, además de la ya mencionada Revista de la Biblioteca Nacional, cuya labor de los primeros años continuó en su segunda época (1950), la revista Cervantes (1925-1946), donde se daba más acogida al libro extranjero que al cubano dado el carácter de órgano de publicidad de la revista, al servicio de la librería Cultural, S.A. No obstante esa característica, apareció en sus páginas el intento, entre 1932 y 1933, de presentar un resumen de la actividad literaria del país, a cargo de Ricardo Sánchez Veloso, quien firmaba con el seudónimo Malico. Como publicaciones especializadas aparecieron la Revista Bibliográfica Cubana (1936-1939), donde se publicaron diversos y valiosos trabajos de bibliografía, la revista Libros cubanos. Boletín de bibliografía (1940-1942) -dirigida por Ángel Augier- y el Boletín de la Asociación Cubana de Bibliotecarios (1949-1959), donde, a pesar de que su carácter no era eminentemente bibliográfico, aparecieron distintas compilaciones, como «La novela española, 1700-1850».

Algunas librerías y editoriales ofrecieron bibliografías sobre producción cubana, tales como la librería Minerva con su Catálogo de libros cubanos (Algunos raros y curiosos) (1933), la Librería Martí con sus catálogos anuales de libros antiguos y modernos impresos en o que tratan sobre Cuba, recopilados entre 1947 y 1952 por Manuel Álvarez, y más tarde recogidos en dos volúmenes bajo el título Catálogos de libros cubanos, antiguos y modernos (1959-1960), y Cultural, S. A. con su Boletín bibliográfico general (1950).

No debemos terminar estos apuntes sobre la bibliografía cubana durante la República sin mencionar el trabajo de los bibliógrafos extranjeros. El primero de ellos fue el chileno José Toribio Medina con La imprenta en La Habana (1707-1810) (1904) y con otro trabajo del mismo año sobre la imprenta en Santiago de Cuba. José Luis Perrier compiló por primera vez la producción teatral cubana en su Bibliografía dramática cubana (1926). En 1933 apareció publicada en Cambridge, Mass., la compilación A bibliography of Cuban Belles lettres, de Jeremiah D. M. Ford y MaxweIl I. Raphael, complementada por Edith Kelly en la revista Hispania, de la Stanford University, ese mismo año. A esta investigadora debemos la notable bibliografía sobre Gertrudis Gómez de Avellaneda, publicada en la Revista Bimestre Cubana (1935). Otro norteamericano, Raymond Grismer, inició, en colaboración con M. R. Saavedra, una Vida y obra de autores cubanos (1940), cuya publicación no pasó del primer volumen. Jenaro Artiles, bibliógrafo español que permaneció algunos años en Cuba, compiló una «Bibliografía práctica de historia antigua de Cuba», publicada en Libros cubanos. Boletín de bibliografía (1942). El venezolano Julio Febles Cordero, de larga permanencia en Cuba, es autor de varios trabajos: Balance del indigenismo en Cuba (1950), «Enrique Labrador Ruiz. Contribución a una bibliografía», de 1952, y «Las cosas de Noda», de 1953, ambos publicados en la Revista de la Biblioteca Nacional en 1953. En ese mismo año y publicación apareció la «Bibliografía colombo-cubana» del colombiano Gabriel Giraldo Jaramillo.

Después del triunfo de la Revolución el trabajo unipersonal y aislado comenzó a ser sustituido, en gran parte, por el trabajo colectivo y de interés social de los actuales bibliógrafos. Fruto de este trabajo colectivo son dos tomos antológicos. Prosas cubanas (1962-1964), editados por el CNC, con los índices de La Siempreviva, El Álbum, El Prisma y Flores del Siglo compilados por Feliciana Menocal. A un grupo de especialistas de la Biblioteca Nacional se deben varias recopilaciones bibliográficas de enorme interés. Gracias a esa labor se ha ido completando por el Departamento Colección Cubana la bibliografía por años a partir del triunfo de la Revolución. Así, un equipo formado por Amalia Rodríguez Rodríguez, Marta Dulzaides Serrate, Julieta Domínguez Santiago, Norma Fernández Ugalde, Marina Atía Barquer, Marta Bidot Pérez y Elena Graupera Arango recopilaron la bibliografía cubana desde 1959. A esta labor, que irá sucediéndose anualmente, se incorpora la de cubrir los años entre 1916, último año que recoge Trelles, y 1937, en que comienza la recopilación de Peraza, por lo que se editó en 1970 el tomo Bibliografía cubana 1917-1920.

Además de estas recopilaciones, la Biblioteca Nacional ha venido confeccionando los índices de numerosas publicaciones periódicas. En 1964 apareció el tomo Índices analíticos de El Almendares, El Cesto de Flores, Flores del Siglo, Floresta Cubana, Guirnalda Cubana, Miscelánea de útil y agradable recreo, La Piragua, Revista de La Habana, El Rocío y Semanario Cubano, a cargo de Feliciana Menocal, con la colaboración de Araceli García Carranza. Dos años más tarde Aleida Domínguez, con un grupo de colaboradores, publicó Index. Cuba Socialista. 1961-1965, editado en colaboración con el CNC. El Índice analítico de la Revista Bimestre Cubana (1968), fue confeccionado por Araceli García Carranza. Las revistas Verbum, Espuela de Plata, Nadie Parecía, Clavileño, Poeta, Orígenes, Ciclón, Avance, Archipiélago, Gaceta del Caribe y Fray Junípero fueron indizadas en tres tomos, bajo el título general de Índice de las revistas cubanas, por Aleida Domínguez Alfonso, Manuel Pastrana, Luz Bertha Marín y María Amelia Valdés. Índice de la revista Casa de las Américas. 1960-1967, de Aleida Domínguez y Luz Bertha Marín, y Unión-UNEAC. 1962-1967, de Elena Giraldez, aparecieron en 1969. A Araceli García Carranza se deben los Índices de revistas cubanas. Siglo XIX. El Artista, Brisas de Cuba, El Kaleidoscopio, Álbum cubano de lo bueno y lo bello, Cuba Literaria, Revista Habanera, El Correo Habanero, Camafeos, Revista del Pueblo, Revista crítica de ciencias, artes y literatura (1970) y los Índices analíticos de los Anales de don Ramón de la Sagra (1970). En 1971 se editó el Índice de revistas folklóricas cubanas, de Tomás F. Robaina.

Sobre los diversos géneros literarios se han recopilado la Bibliografía de la poesía cubana del siglo XIX (1965), a cargo de Roberto Friol, Celestino Blanch, Feliciana Menocal, Fina García Marruz y Cintio Vitier la Bibliografía de la Guerra de los Diez Años (1968), a cargo de Aleida Plasencia, y una muy completa bibliografía sobre nuestro teatro en la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí (sep.-dic., 1971), a cargo de María Luisa Antuña y Josefa Carranza. En dicha revista aparecieron además una decena de bibliografías e índices de publicaciones de distintas investigadoras.

De diversas personalidades relevantes, tanto cubanas como extranjeras, se han recopilado la Bibliografía martiana 1954-1963 (1965), de Celestino Blanch; Alejo Carpentier. 45 años de trabajo intelectual (1966), de Marina Atía; Bibliografía de Rubén Darío (1967); Homenaje a Cintio Vitier. 30 años con la poesía (1968); Don Ezequiel Martínez Estrada en Cuba: contribución a su bibliografía (1968), de Israel Echevarría; Bibliografía de Máximo Gorki (1968); Bibliografía de Eliseo Diego (1970) y Bio-bibliografía de don Fernando Ortiz (1970), ambas de Araceli García Carranza; la Bibliografía sobre José María Heredia (1970) y Breve bibliografía de Ramón Menéndez Pidal (1970), de Tomás F. Robaina, y Bibliografía. Lenin in Memoriam. 1870-1970 y Bibliografía mínima cubana del siglo XX, también sobre Lenin, ambas de 1970.

Deben citarse además el Catálogo de publicaciones periódicas cubanas de los siglos XVIII y XIX (1965), de Teresita Batista Villarreal, Josefina García Carranza y Miguelina Ponte; la bibliografía titulada Prensa clandestina revolucionaria (1952-1958), (1965), de Jesús Soto Acosta; la Bibliografía sobre estudios afroamericanos (1968), de Tomás F. Robaina; la Bibliografía de literatura infantil. Siglo XIX (1969), de Mercedes Muriedas. Mención aparte merece la muy útil Bibliografía de bibliografías cubanas (1973), también de Tomás F. Robaina.

Francisco Martínez Mota, responsable del Grupo de Bibliografía del Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias, es a su vez autor de varios trabajos bibliográficos: «Ensayo de una cronología de la novela en Cuba durante el siglo XIX», publicado en Islas (1966), el «Ensayo de una bibliografía cubana de y sobre Rubén Darío», publicada en L/L (1967), una Bibliografía sobre Isla de Pinos (1970), en colaboración con Antonio Núñez Jiménez, y «Algunas fuentes bibliográficas sobre la narrativa cubana», esta última recogida en Anuario L/L (1974). Tanto en L/L como en el Anuario han aparecido otras bibliografías, como la «Bibliografía de José de Armas y Cárdenas (1909-1915)», de Antonia Soler Mirabent, y las bibliografías de la Avellaneda, de Camila Henríquez Ureña, y otras confeccionadas por el grupo de Literatura Cubana del mencionado Instituto.

Otros trabajos aparecidos en Cuba después del triunfo de la Revolución son la «Bibliografía de la novela cubana», de Julio C. Sánchez, publicado en Islas (1960), El negro en el periodismo cubano en el siglo XIX. Ensayo bibliográfico (1963), de Pedro Deschamps Chapeaux, la Bibliografía de Juan Miguel Dihigo y Mestre (1964), de Ernesto Dihigo, el «Repertorio teatral cubano (1800-1850)», publicado en Cuba en la UNESCO (1965), la tesis «Ensayo de una bibliografía para un estudio del teatro cubano hasta el siglo XIX», de Zaida Inerarity, recogida en Islas (1970), y la recopilación Historia de Cuba: bibliografía (1970), editada por el MINFAR. Los últimos (1974-1975) índices de revistas cubanas publicados por la Biblioteca Nacional han sido los correspondientes a La Gaceta de Cuba, Islas y Revista de la Biblioteca Nacional José Martí. También han aparecido la Bibliografía de Nicolás Guillén (1975) y la de Juan Marinello, esta última en el número de sep.-dic. de 1974 de la propia revista de la institución, ambos compilados por María Luisa Antuña y Josefina García-Carranza.

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Recurso: Diccionario de la Literatura Cubana on Buho.Guru

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  1. bibliografía — s f 1 Conjunto de publicaciones de un autor o sobre un tema determinado y relación que de ellas se hace dando los datos relativos a la edición o fuente: "En la bibliografía de Reyes destacan sus ensayos literarios"... Diccionario del español usual en México
  2. bibliografía — f. Descripción, conocimiento de los libros. Lista de libros referentes a un tema determinado. Diccionario del castellano
  3. Bibliografía — Albright (William Fowell), Yahweh and the Gods of Canaan, Doubleday, New York, 1968. - Ahlstrom (Sydney E.), A Religious History of the American People, Doubleday, Garden City, 1975. Religiones, denominaciones y sectas
  4. Bibliografía — López Piñero, J. M. y Terrada Ferrandis, M. L. Introducción a la terminología médica. Salvat Editores. Barcelona, 1990. - Mestres i Serra, J. M. y Guillén i Sànchez, J. Diccionari d.abreviacions. Enciclopèdia Catalana. Barcelona, 1992. - Murcia, Miguel. Diccionario de siglas medicas
  5. bibliografía — Colección de libros que hacen referencia a un tema o a un autor. Por ej. Bibliografía de autores peruanos. Diccionario literario
  6. bibliografía — 1. f. Relación de libros o escritos referentes a una materia determinada: sería interesante que redactaras una pequeña bibliografía para colocarla al final del trabajo. Diccionario de la lengua española
  7. bibliografía — Sinónimos: ■ catálogo, lista, relación Diccionario de sinónimos y antónimos