BIOGRAFÍA

Tal como acontece con el cuento y la novela, el género biográfico, como tal, no viene a cristalizar entre nosotros hasta bien entrado el siglo XIX. Prácticamente antes de los trabajos de Enrique Piñeyro y José Ignacio Rodríguez, que son quienes -en realidad- realizan los primeros empeños orgánicos en el género, la producción de tipo biográfico se identifica en la mayoría de las ocasiones con los elogios académicos, la semblanza de un prohombre o el artículo periodístico de cierta envergadura. Testimonio de esbozos biográficos encontramos ya en la obra de José Martín Félix de Arrate Llave del Mundo. Antemural de las Indias Occidentales -concluida en 1761, pero no publicada hasta 1830-, así como en los panegíricos y elogios de los oradores sagrados del siglo XVIII y principios del XIX, entre quienes descuella el presbítero José Agustín Caballero con sus apologías de Cristóbal Colón y de Don Luis de las Casas. Mas no será hasta el advenimiento del romanticismo que el género biográfico, dejando atrás la mera exaltación de virtudes, comienza a perfilarse en nuestra literatura. Cabe a José María Heredia, iniciador del romanticismo en la lírica de habla hispana, escribir los primeros artículos biográficos de importancia. En El Iris (México), semanario fundado por él, publicó en 1826 sus breves biografías de Roberto Fulton y de Francisco Miranda, así como una serie de artículos sobre distintos poetas -Lord Byron, Thomas Campbell, Joaquín del Castillo y Lanza, et al-, en los cuales, si bien predomina la intención crítica, se insertan datos biográficos de indudable valor que evidencian las dotes poco comunes que para el género poseyó incuestionablemente Heredia. Más tarde, en Miscelánea (Tlalpam, 1829), publicó Heredia su esbozo biográfico sobre Tácito y un muy interesante trabajo para nosotros, dado la modernidad de su concepción, sobre Juan Jacobo Rousseau (Ensayo sobre el carácter de Juan Jacobo Rousseau, su Julia y sus Confesiones»). A ellos se unen, también publicadas en estas revistas, su biografía del poeta prerromántico español Meléndez Valdés y la del novelista norteamericano Fenimore Cooper, que junto con la del poeta italiano Juan Bautista Casti -aparecida en 1838 en la revista mexicana El recreo de las familias- constituyen los empeños heredianos de mayor importancia en el género.

Por la misma época, en la revista El Plantel, fundada en La Habana en 1830 por Ramón de Palma y José Antonio Echeverría, apareció el artículo biográfico de este último sobre Diego Velázquez, interesante por los datos que nos ofrece sobre la vida en Cuba durante la etapa de la conquista, así como el de Ramón de Palma sobre Francisco Arango y Parreño, aunque ambos, literariamente, no revisten la importancia de los escritos por José María de Andueza sobre Quevedo, Larra y Bretón de los Herreros.

Años más tarde, ya en pleno auge de nuestra segunda etapa romántica, desde el Álbum cubano de lo bueno y de lo bello, editado en La Habana en 1860 por Gertrudis Gómez de Avellaneda, la propia poetisa, quien ya había publicado en el segundo tomo de la Revista de Madrid sus «Apuntes biográficos de la señora Condesa de Merlín» (1844), en unión de Luisa Pérez de Zambrana redactó algunas de las miniaturas que aparecieron en la sección titulada «Galería de mujeres célebres», la mayor parte de ellas salidas de la pluma de Luisa Pérez de Zambrana.

Pero el mayor paso de avance en el desarrollo evolutivo del género lo constituyen las trece biografías que agrupadas bajo el título común de«Galería de hombres ilustres» incluyó Antonio Bachiller y Morales en el tercer tomo de sus Apuntes para la historia de las letras y de la instrucción pública en la isla de Cuba (1861).Publicadas anteriormente en revistas nacionales y extranjeras -por lo que participan del carácter limitado que tenían los trabajos precedentes-, estas pequeñas biografías constituyen el primer empeño orgánico en el género encaminado al estudio y a la valoración de aquellas figuras que comenzaron a formar nuestra nacionalidad. Con su obra, Bachiller y Morales abrió el camino para los primeros trabajos de índole biográfica verdaderamente extensos.

El más importante entre los biógrafos cubanos del siglo XIX, tanto por el rigor metodológico cuanto por la galanura del estilo es -sin duda- Enrique Piñeyro, quien en obras como Hombres y glorias de América (1903), Biografías americanas (1906), Bosquejos, retratos, recuerdos (1912), Morales Lemus y la Revolución de Cuba (1871), llevó el género al grado de desarrollo más alto entre nosotros en el siglo pasado. Pero donde brilla el crítico en toda su estatura es en aquellas obras en las cuales el aspecto biográfico y el literario se conjugan con rara penetración, como sucede en su monografía Manuel José Quintana, una de las mejores realizadas sobre el poeta español, Poetas lamosos del siglo XIX (1883), El romanticismo en España (1904) y en su estudio sobre José María Heredia insertado en su libro Cómo acabó la dominación de España en América (1908). Más discutible resulta su más afamada obra, Vida y escritos de Juan Clemente Zenea (1901), en la cual la amistad fraterna que profesó al poeta bayamés le resta objetividad a sus juicios, especialmente en todo cuanto atañe al célebre proceso en el cual tan en entredicho queda la fidelidad de Zenea a la causa independentista, proceso que conocía Piñeyro íntegramente y cuyas penosas páginas silenció.

Continúan la labor de Piñeyro, aunque sin que puedan parangonársele estilísticamente, José Ignacio Rodríguez (Vida de Don José de la Luz y Caballero, 1874; Vida del presbítero Don Félix Varela, 1878) y muy especialmente esa gran figura de nuestras letras y nuestra vida pública que fue Manuel Sanguily, quien sin abordar el género con el rigor de Piñeyro o José Ignacio Rodríguez, realizó dos bellamente escritas contribuciones a él: la semblanza de Enrique Piñeyro, publicada en La Habana Elegante (1888) y su José de la Luz y Caballero (1890). A ellos se une también Vidal Morales y Morales, autor de una obra importante sobre la Guerra de los Diez años: Hombres del 68. Rafael Morales y González (1907).

Sin llegar a resultar propiamente biografías, los Cromitos cubanos de Manuel de la Cruz constituyen uno de los libros más bellamente escritos de nuestro siglo XIX. En ellos el elemento biográfico queda subordinado al poético; mas, con todo, no deja de encontrarse presente. No acontece así en la obra de José de Armas y Cárdenas (Justo de Lara), quien al igual que Piñeyro hermana elementos críticos y biográficos en obras de tanta importancia para su época como su estudio sobre el poeta Marlowe -considerado por Menéndez y Pelayo como el mejor escrito hasta esa fecha sobre el dramaturgo inglés-, y su excelente Cervantes y el Quijote (1905), que, junto a los trabajos de la doctora Mirta Aguirre, constituyen los más serios aportes a la exégesis cervantina realizados en nuestra patria.

No podrá omitirse en esta panorámica revisión del desarrollo del género biográfico entre nosotros, la figura de José Martí. Aunque, en rigor, Martí no nos legó ninguna obra biográfica extensa, en las semblanzas que sobre numerosas figuras de distinto tipo realizó, aportó al género -con su genio- lo que ningún otro escritor cubano ha realizado hasta la fecha. Sus semblanzas de Heredia, Whitman, Wilde, Bolívar, San Martín, y otros, no tienen paralelo en nuestra lengua, tanto por el estilo cuanto por la penetración sicológica y la clarividencia política presentes en ellas, y toman inevitable el contraste con el ingente número de lamentables biografías que sobre su figura habrían de escribirse con posterioridad.

Dentro del siglo XIX debemos hacer mención a dos aspectos que aún no hemos tocado: las manifestaciones autobiográficas y el Diccionario biográfico de Francisco Calcagno.

Memorias, diarios, apuntes, testimonios de viajeros son numerosísimos en nuestro siglo XIX. De entre ellos sobresalen dos obras: la autobiografía de Gertrudis Gómez de Avellaneda -dirigida a su amante Ignacio Cepeda, y publicada tan sólo en 1907 por la viuda de éste-, que constituye una de las primeras y más valiosas autobiografías surgidas de pluma cubana, a la vez que resulta fuente de obligatoria consulta para los estudiosos de su personalidad, tanto literaria como humana.

Escritos originalmente en francés -en 1831 y 1836 respectivamente- y traducidas al español por Agustín de Palma, Mis doce primeros años (1838) y Memorias y recuerdos de la señora Condesa de Merlín (1853), de María de las Mercedes Santa Cruz y Montalvo, Condesa de Merlín, constituyeron unas de las primeras obras autobiográficas salidas de mano cubana que despertaron interés fuera de nuestro ámbito nacional.

Pero la expresión autobiográfica más trascendental de nuestro siglo XIX no estaría destinada a ser escrita por literatos de oficio. Tocó escribirla a Juan Francisco Manzano, negro y ex esclavo, quien en 1839 -a instancias de Domingo del Monte- publicó el relato de parte de su tristísima vida de esclavo. El libro fue inmediatamente traducido por Richard M. Madden, a quien Del Monte se lo hizo llegar, y fue publicado en Londres en 1840. El que no hubiera sido publicado entre nosotros hasta 1939 (¡un siglo más tarde!) imposibilitó que obra de tan singular valor fuera debidamente justipreciada. La lectura de los Apuntes biográficos de Manzano pone de relieve cuán limitados literariamente resultaron los románticos esfuerzos de nuestra «novela antiesclavista» decimonónica en la captación de la esencia de la verdadera situación social del esclavo.

Francisco Calcagno, autor de una serie de biografías críticas reunidas bajo el título de Poetas de color (1878) -la primera de este tipo entre nosotros-, editó ese mismo año su Diccionario biográfico en Nueva York, el cual terminó de publicarse en La Habana en 1886. El diccionario resulta un vasto empeño por reunir en una obra orgánica a todos los que, nativos o no, habían contribuido de algún modo al desarrollo de la cultura cubana. Aunque plagada de errores y con las limitaciones inherentes a una obra que requiere, por esencia, una labor de equipo, la obra de Calcagno resulta todavía de obligada consulta para todo investigador de nuestra cultura.

El primer cuarto del siglo XX continúa, en lo esencial, las pautas trazadas por los biógrafos decimonónicos. Todavía la influencia de la obra de Lytton Strachey no se deja sentir en nuestro medio. De este período resulta importante la producción de tres autores que si bien no se ciñen estrictamente al aspecto puramente biográfico, aportan datos valiosos para el estudio de la vida de las figuras que tratan. Son ellos José Antonio Rodríguez García (Vida de Cervantes y juicio del Quijote, 1905; De la Avellaneda, 1914; Enrique Collazo. Su vida y sus obras, 1923; Manuel Sanguily, 1927), Medardo Vitier (Martí, 1911; Varona, maestro de juventudes, 1937; Estudios, notas, efigies cubanas, 1944) y José María Chacón y Calvo (José María Heredia, 1915, y Vida universitaria de Heredia, 1915) el más connotado estudioso de la obra de nuestro primer romántico (Estudios heredianos,1939).

El advenimiento de la vanguardia, tal como en el resto de los géneros, sacó la biografía de sus moldes tradicionales. La nueva concepción del género a partir de la obra de Strachey, popularizada entre nosotros por autores como André Maurois, Stephan Zweig, Emil Ludwig y otros, comenzó a imponerse. Una de las primeras muestras de esta renovación, a la vez que abrió el camino a una serie de trabajos en los cuales la figura de José Martí -y especialmente su pensamiento político- fue gradualmente deformada hasta extremos casi irreconocibles, fue la Mitología de Martí (1929), de Alfonso Hernández Catá, biografía novelada en la cual, tal como ya lo indica el propio título, el autor prescinde deliberadamente del apoyo biográfico documental para convertir el libro en obra de pura ficción, algunos de cuyos capítulos aislados funcionan perfectamente como cuentos (Don Cayetano el informal.)

Con óptica distinta a la de Catá, y ensayando por primera vez entre nosotros la biografía documentada de nuevo tipo, abordó Jorge Mañach la figura de Martí en su Martí, el apóstol (1933), libro estilísticamente irreprochable, pero más atento a destacar aquellos aspectos de la vida íntima de Martí que resultaban de mayor atractivo para el lector superficial, que a destacar las raíces del pensamiento esencialmente antimperialista de Martí (el autor despacha apresuradamente en unas pocas páginas, al final del libro, los años de preparación de la gesta independentista, así como la participación efectiva de Martí en ella).

Sin la calidad literaria de Mañach, otros autores continuarían estudiando la figura de Martí (Isidro Méndez, Gonzalo de Quesada y Miranda -Martí, hombre, 1940-), figura que otros autores irían desnaturalizando cada vez más, acentuando la connotación mítica que le proporcionó Catá. Así surgieron Místico del deber (1940), de Félix Lizaso; Presencia de Martí (1941), de Emeterio Santovenia; El santo de América (1941), de Luis Rodríguez Embil; Martí, maestro y apóstol (1942), de Carlos Márquez Sterling, etcétera.

Sin llegar a alcanzar el número de obras dedicadas a Martí, el estudio biográfico de otras figuras históricas nuestras continuó desarrollándose paralelamente. En 1936, Leonardo Griñán Peralta publicó su Maceo, análisis caracterológico, al que se une, entre otros, Maceo, héroe epónimo (1934), de Rafael Marquina. Ese mismo año, Leopoldo Horrego Estuch publicó Maceo, héroe y carácter. Ya en la década del 50, José Luciano Franco publicaría en tres volúmenes (1951-1954-1957) el más completo estudio realizado entre nosotros sobre esta figura cardinal de nuestra historia (Antonio Maceo. Apuntes para una historia de su vida), recientemente reeditado por el Instituto Cubano del Libro (1973). Sobre Máximo Gómez es de destacar la biografía realizada por el doctor Benigno Souza, recientemente reeditada. Manuel I. Mesa Rodríguez lo hizo sobre Luz: Don José de la Luz y Caballero (Biografía documental) (1947). Federico de Córdova es autor de dos meritorios trabajos sobre El Lugareño y Manuel Sanguily. Sobre Ignacio Agramonte lo hizo acertadamente Eugenio Betancourt. Mención destacada merecen los Cuadernos de historia habanera, dirigidos por Emilio Roig de Leuchsenring, en cuyas Conferencias de historia habanera. 1ª serie: Habaneros ilustres (1937-1938) se recogieron numerosos trabajos de índole biográfica sobre distinguidas personalidades de nuestra historia, como Mendive, Escovedo, Suárez y Romero, Juana Borrero, Julián del Casal y otros, por algunos de nuestros más importantes críticos e historiadores, entre los que cabe citar a José Antonio Portuondo, Carlos Rafael Rodríguez, Ángel Augier, Elías Entralgo, Salvador García Agüero.

Por otra parte, y como consecuencia de la corriente sicologista traída a la literatura por las concepciones de Freud, aparece la biografía patológica entre nosotros, cuyo mayor exponente es el Amiel de José de la Luz León, publicada en Madrid, en 1939.

Las manifestaciones autobiográficas continuaron produciéndose. Apuntes biográficos, memorias, recuerdos valiosos para la comprensión de muchos aspectos sociales, políticos, económicos y culturales de nuestro desarrollo histórico, nos legaron Enrique José Varona, Manuel Sanguily, Esteban Borrero Echeverría y otros. Ya en el terreno estrictamente literario, la malograda poetisa María Luisa Milanés desde las páginas de Orto en 1920 nos legó su inconclusa Autobiografía y Ramón Guirao publicó su «Vida de un niño» en Espuela de plata en 1941. Sin resultar propiamente autobiográfico, «Yoísmo», el trabajo que sirve de prólogo a Arabescos mentales de Regino Boti -quien se había ensayado anteriormente en el género con un brevísimo pero muy interesante estudio sobre el general Guillermo Moncada (Guillermón, 1911)- ofrece una serie de datos de incalculable valor para la comprensión de la estética poética del autor guantanamero, al igual que sucede con el prólogo que escribió José Manuel Poveda a sus Versos precursores.

La biografía sobre figuras literarias -con excepciones- no fue cultivada asiduamente entre nosotros. Aparte de los valores biográficos que encontramos en los ya citados Estudios heredianos, de José María Chacón y Calvo, Rafael Esténger y Manuel García Garófalo Mesa publicaron sendos trabajos biográficos sobre Heredia. Rafael Marquina es autor de una extensa biografía sobre Gertrudis Gómez de Avellaneda. Leopoldo Horrego Estuch lo hizo, a su vez, sobre Plácido. Sobre Miguel de Cervantes, continuando la noble tradición cervantina que en nuestro siglo XIX tuvo a Justo de Lara como más alto exponente, Mirta Aguirre, en páginas escritas con gran sensibilidad, realizó una muy interesante interpretación del autor del Quijote a la luz del marxismo en Un hombre a través de su época: Miguel de Cervantes Saavedra (1948).

Agobiante sí resultaría relacionar los estudios y artículos literarios donde hallamos numerosos datos biográficos de valor, como ejemplifican los distintos trabajos sobre Rubén Martínez Villena escritos por Raúl Roa.

El triunfo de la Revolución no podía dejar de influir sobre el género. En primer término, se impuso como tarea primordial la divulgación masiva, a través de reediciones, de los estudios biográficos ya realizados sobre los forjadores de nuestra nacionalidad (lo cual no siempre fue un acierto desde el punto de vista ideológico dado el carácter reaccionario de muchos de los biógrafos burgueses); por otra parte, nueva valoración comenzaron a tener nuestras figuras del siglo XIX, como patentiza el trabajo de Manuel Moreno Fraginals sobre José Antonio Saco aparecido en 1960.

El carácter socialista de la Revolución ha determinado un vuelco en la concepción ideológica de los trabajos biográficos emprendidos, aunque no todos presentan una orientación marxista. Puede afirmarse que el género que mayor impulso y remozamiento ha tenido en el Período postrevolucionario es, precisamente, el género biográfico, no tanto por el número de obras escritas como por la ingente labor divulgativa que se ha venido realizando con las vidas de nuestros mártires y forjadores de nuestra conciencia nacional, sin contar con que -rebasando los límites puramente nacionales- esta tarea se ha hecho extensiva a las biografías de todos aquellos que han luchado por la consecución de un régimen social más justo.

A lo largo del período postrevolucionario se han producido algunas obras que resultan importantes tanto desde el punto de vista histórico cuanto del literario. En 1962 publicó Ángel Augier su Nicolás Guillén. Notas para un estudio biográfico crítico, la obra de conjunto más importante escrita sobre el poeta camagüeyano. Con carácter divulgativo, Salvador Bueno publicó una serie de pequeñas biografías de distintos autores del siglo XIX (Figuras cubanas, 1964). Un año más tarde, Erasmo Dumpierre nos dio sus apuntes biográficos sobre Mella (Mella, 1965). Por otra parte, la UNEAC dio en 1966 el paso más importante para garantizar el desarrollo del género entre nosotros al crear el Premio Nacional de Biografía «Enrique Piñeyro», que ya cuenta con premios y menciones de calidad como Hombradía de Antonio Maceo (Premio, 1966), de Raúl Aparicio, Rubén Martínez Villena (Premio, 1970), de Ana Núñez Machín, o El Mayor (Mención, 1970), de Mary Cruz.

Por último, no queremos dejar pasar por alto la mención de Aventuras, venturas y desventuras de un mambí (1970), originalísima biografía de Ramón Roa, escrita por su nieto Raúl Roa, quizás la más polémica y, sin duda, la más brillante escrita de todas las producidas en el período revolucionario.

Aunque las manifestaciones autobiográficas no han dejado de cultivarse (Memorias de una cubanita que nació con el siglo (1963) de Renée Méndez Capote; Del barro y las voces (1968), de Marcelo Pogolotti), se ha ido haciendo con ciertas transformaciones que han determinado el surgimiento de un nuevo género -Testimonio- en el que, conjugados a los elementos biográficos y autobiográficos, aparecen otros más ligados a la narrativa y al ensayo. Dentro de la corriente testimonial que se acerca más a lo biográfico se inserta la Biografía de un cimarrón (1966), de Miguel Barnet, que inicia esta modalidad en el período postrevolucionario, a la que siguen Manuela la mejicana (1968), de Aida García Alonso; Julián Sánchez cuenta su historia (1970), de Erasmo Dumpierre, y Amparo, millo y azucenas(1970), de Jorge Calderón.

El imperativo de ahondar cada vez más en la búsqueda de la cristalización de nuestra nacionalidad y su ulterior desarrollo histórico a la luz del marxismo-leninismo, garantiza que al género biográfico le será dispensado en el futuro un cultivo cada vez mayor y más científico. La producción del período postrevolucionario ya evidencia este salto cualitativo, por lo que podemos presumir cuán óptimos resultarán los frutos a recoger en un futuro cercano.

Recurso: Diccionario de la Literatura Cubana on Buho.Guru

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  1. biografía — s f Historia de la vida de una persona. Diccionario del español usual en México
  2. biografía — f. Historia de la vida de una persona. Diccionario del castellano
  3. biografía — Narración de la historia de una persona. Por ej. Biografía de Ricardo Palma Diccionario literario
  4. biografía — f. Historia de la vida de una persona: escribió la mejor biografía de García Lorca. Diccionario de la lengua española
  5. biografía — Sinónimos: ■ vida, historia, semblanza, hazañas, acontecimientos, carrera, hechos, sucesos Diccionario de sinónimos y antónimos