CUENTO

El cultivo del cuento -tal como modernamente lo consideramos- resulta de aparición tardía en Cuba, incluso con relación al surgimiento de la novela. En rigor, el primer libro de cuentos en esta acepción que señalamos -Lectura de Pascuas, de Esteban Borrero Echeverría- no viene a publicarse hasta las postrimerías del siglo XIX (1899). El estudio de la cuentística cubana antes de esta fecha está aún por hacerse, pues, dadas las transformaciones del género, una cuidadosa revisión de las revistas literarias del siglo XIX, así como de las páginas de nuestros costumbristas, es factible que arroje un saldo de relatos -si no cualitativamente valiosos al menos cuantitativamente copiosos- que pudieran ubicarse dentro de lo que modernamente clasificamos como viñetas. La propia imprecisión del género, reflejada en la terminología de la época, ha movido a confusión durante años a los historiadores de nuestra literatura, quienes tradicionalmente han venido considerando como novela Matanzas y Yumurí (1837) de Ramón de Palma, con sólo escasas páginas de extensión, mientras que Mozart ensayando su Requiem (1881), de Tristán de Jesús Medina -una noveleta- se halla clasificada como cuento.

Con todo, esta forma no estuvo ausente de la producción de algunas de nuestras figuras literarias más valiosas del siglo XIX (Martí, quien en La edad de oro nos legó la más hermosa trilogía de relatos con que cuenta la narrativa infantil nacional; Casal, Manuel de la Cruz, Cirilo Villaverde); pero ninguno de ellos recogió en volumen estas manifestaciones, las cuales -por otra parte no constituyen lo medular de su actividad como creadores. Resulta lícito, pues, mientras no se realice la investigación que hemos señalado con anterioridad, considerar Lectura de Pascuas como el libro de partida de nuestra cuentística.

Es de deplorar que Borrero Echeverría no incluyera en este tomito su cuento filosófico «Calófilo» -publicado en la Revista de Cuba en 1879-, muy superior a las otras tres narraciones que conforman el volumen. Años más tarde, publicaría el mejor de sus cuentos: El ciervo encantado (1905), alegoría de gran interés sociológico por la sutileza con que en él se aborda un tema -el de la frustración revolucionaria motivada por la ingerencia norteamericana- que habrían de desarrollar con posterioridad los novelistas de la primera generación republicana. No resulta insólito, pues, el silenciamiento que hizo objeto a este cuento la crítica burguesa durante más de medio siglo.

Pero la producción narrativa de Borrero Echeverría es escasa y lastrada por un demasiado evidente propósito filosófico. En realidad, la cuentística de temática cubana tiene su inicio en los cuentos de De tierra adentro (1906), de Jesús Castellanos, cuyo acercamiento al campesino en este libro -tanto temática como formalmente- resulta, sin embargo, esteticista, externo. Póstumamente, su obra cuentística no recogida en De tierra adentro, la cual se inclina a un cosmopolitismo de decidida filiación naturalista sin que por ello deje de encontrarse presente la nota de denuncia social que cada vez iría acentuándose en la producción ulterior de este autor, fue recogida al compilar sus obras la Academia Nacional de Artes y Letras en 1916.

Con todo, la obra cuentística de Jesús Castellanos no tuvo continuadores de talla. Mientras que en poesía nuestro posmodernismo puede mostrar con orgullo el binomio Boti-Poveda, y en la novela, aparte del propio Jesús Castellanos, Carlos Loveira y Miguel de Carrión lograron obras de incuestionable significación entre nosotros, en el período que media entre la publicación de De tierra adentro hasta la aparición de La pascua de la tierra natal (1928), de Luis Felipe Rodríguez, la única obra cuentística importante de autor cubano se desarrolla lejos de nuestra patria, aunque no completamente desvinculada de ella. Nos referimos, por supuesto, a la de Alfonso Hernández Catá, quien continuaría la directriz cosmopolita trazada en nuestra cuentística por Jesús Castellanos bajo la influencia del gran modelo que para los cuentistas de la época representaba Guy de Maupassant. Ante los relatos de Hernández Catá palidecen los de Luis Rodríguez Embil, Miguel Ángel de la Torre y los muy escasos de Loveira y Carrión, aquéllos que con mayor calidad literaria cultivaron el género en este período.

La otra directriz trazada por Jesús Castellanos encuentra su más alta expresión en la obra de Luis Felipe Rodríguez, quien con su ya citado libro La pascua de la tierra natal y muy especialmente con Marcos Antilla (1932), al desviar su atención del propósito sicológico que movía a Castellanos y a Hernández Catá y al centrarla en el sociológico hasta poner claramente de relieve la raíz de los males que afligían al campesino cubano, marca un hito en nuestra cuentística, cuyo rumbo ulterior determinará por varías décadas.

Respondiendo a un criterio estrechamente formalista, se ha tendido a menudo -aún después de nuestra Revolución- a subestimar la importancia literaria de Luis Felipe Rodríguez, argumentándose las deficiencias formales de sus cuentos. Es cierto que hay pobreza formal en sus relatos (pobreza formal de la que, por otra parte, tampoco estaban exentos los contemporáneos suyos que suelen oponérsele, quienes -desdichadamente- tuvieron más alientos para copiar modelos foráneos que para crear una cuentística nacional), mas, con todo, nos parece de elemental justicia para con Luis Felipe recordar que el llamado a la búsqueda de los valores autóctonos que en una de sus direcciones postuló el vanguardismo, encontró oído receptivo en nuestra cuentística en la obra de este autor, obra que no estaba a contrapelo con la norma estética de su época, sino que formaba parte de su sector de avanzada. Resulta injusto, pues, evaluar su obra ahistóricamente y aplicarle una tabla de valores actual que atienda sólo a los elementos formales de la obra.

El movimiento de vanguardia, particularmente fecundo en nuestra poesía, se dejó sentir también en nuestra cuentística.

En 1930 escribió sus cuentos Arístides Fernández, aunque su impresión como libro no vino a realizarse hasta 1959, ya triunfante nuestra Revolución. También en 1930, Pablo de la Torriente Brau, en colaboración con Gonzalo Mazas Garballo, publica Batey.

La cuentística de estos dos autores ostenta diferencias sustanciales con respecto a la cultivada en las décadas anteriores. Arístides Fernández resulta el más influido por las corrientes literarias de vanguardia y el que más se aleja en su obra de los cánones naturalistas imperantes hasta entonces en buena parte de nuestra narrativa. En algunos de sus cuentos pueden rastrearse elementos expresionistas y, en general, sus relatos constituyen un precedente de una cuentística arrealista (tomando el término en su acepción más estrecha) que, pasando por los narradores de Orígenes en los años 40, va a encontrar su mayor cultivo en los primeros años de la década del 60 al 70.

Los cuentos de Batey no hacen entera justicia al talento narrativo que indudablemente poseyó Pablo de la Torriente Brau. Escritos antes de que su autor cumpliera los treinta años, se resienten de cierta ingenuidad tanto formal como temática. Son cuentos de gran dinamismo, escritos con desenfado casi deportivo (piénsese en la importancia que revisten en ellos los motivos tomados al deporte, especialmente en «Páginas de una alegre juventud», relato con que cierra su libro), de muy variada temática, los cuales acusan ya la benéfica influencia de autores norteamericanos -especialmente la de O'Henry «El héroe», «Asesinato en una casa de huéspedes») y una superación del naturalismo zolesco de los autores de la primera generación republicana.

Colaboran también en esta corriente renovadora del género, Federico de Ibarzábal, fuertemente influido por Conrad, con las narraciones de Derelictos (1937) y La charca (1938), así como Enrique Serpa, cuyos mejores cuentos -«Aleta de tiburón», «La aguja»- se insertan en el volumen Felisa y yo (1937). Años más tarde, Serpa publicaría otro libro de cuentos -Noche de fiesta (1951) en el que repite, sin superarlas, la temática y las técnicas formales de su primer libro, lastrado ya por un naturalismo tardío, pleno de recursos melodramáticos.

El tema negro, que alcanzó en el género de poesía su expresión estética más afortunada entre nosotros, no dejó de tentar a los cuentistas. Lidia Cabrera con sus colecciones de relatos Cuentos negros de Cuba (1940) y Por qué...? (1948) se destaca entre sus cultivadores. A ella se unen, entre otros, Ramón Guirao, Carlos Cabrera, Rómulo Lachatañeré (O mío Yemayá, 1938), y Gerardo del Valle, quien recogería sus cuentos ya bien entrada la Revolución en el volumen 1/4 Fambá y 19 cuentos más (1967).

La década del 40 al 50 es particularmente fecunda para nuestra cuentística. En ella llegan a su madurez o producen sus obras más significativas algunos de nuestros más destacados narradores.

De esta década son algunos de los relatos que con posterioridad recogerá en el volumen Guerra del tiempo (1958) la primera figura de nuestra narrativa, Alejo Carpentier. Igualmente aparecen en ella los cuentos de Carne de quimera (1947) y Trailer de sueños (1949), de Enrique Labrador Ruiz, quien en la década anterior había escrito una trilogía de novelas importantes entre nosotros por las innovaciones técnicas que introducían. Surgen los primeros cuentos acabados de nuestros dos más señalados cuentistas contemporáneos: Onelio Jorge Cardoso y Félix Pita Rodríguez. Aparece también la antología de cuentos cubanos de José Antonio Portuondo -Cuentos cubanos contemporáneos (1947)-, la cual tiene como precedente la realizada por Federico de Ibarzábal -Cuentos contemporáneos (1937)-, primera de este tipo en Cuba. Y, finalmente, es creado el Premio Hernández Catá, de tan saludable influencia para el desarrollo de nuestra cuentística. A este concurso anual, que se prolongó por más de una década, presentaron sus cuentos los más destacados narradores de aquel momento. Premios o menciones fueron obtenidos, entre otros, por Onelio Jorge Cardoso, Félix Pita Rodríguez, Enrique Labrador Ruiz, Dora Alonso, Ernesto García Alzola, Raúl González de Cascorro, Raúl Aparicio, José María Carballido Rey, Rosa Hilda Zell.

En contraste con la década precedente, el período que media entre 1950 y el triunfo de nuestra Revolución muestra un cierto estancamiento en el proceso evolutivo del género. Es obvio que el clima político vivido durante la tiranía batistiana conspiraba en contra del cultivo pleno de la literatura. Entre El gallo en el espejo (1952), de Labrador Ruiz, hasta la publicación de El cuentero (1958), de Onelio Jorge Cardoso, el saldo de la producción cuentística en nuestro país resulta desalentador. El grupo que se nucleó en torno a la revista Orígenes, como se sabe, se consagró fundamentalmente al cultivo de la poesía: pero, aún así, algunos de sus integrantes incursionaron en el cuento de modo ocasional. Entre ellos sobresale Eliseo Diego, quien continuará la directriz poético-imaginativa comenzada en los años 30 por Arístides Fernández -a quien el grupo reivindica- en oposición a la línea criollista que continuaba prodigándose, pero ya con mengua de su eficacia artística.

Al triunfo de la Revolución, con respecto a la norma estética prevaleciente, se aprecia una marcada tendencia por parte de los escritores que forman su núcleo de avanzada a liquidar, tanto temática como formalmente, los restos del criollismo cultivado en las décadas anteriores. En estos autores, la influencia de la literatura norteamericana que ya habíamos apuntado como fuerza impulsora de nuestra cuentística a partir, primordialmente, de los años 40, se toma decisiva y se mantendrá, aproximadamente, hasta 1966 en que de modo paralelo comienza a observarse la influencia cada vez más creciente de modelos que proceden de la literatura latinoamericana. Es de resaltar el auge que en los primeros años de la Revolución tuvo la cuentística de la llamada «ficción científica» o la de mera fantasía, cuentística que -en general- tuvo como común denominador el desasimiento de la circunstancia inmediata y en particular del proceso revolucionario por parte de sus autores.

La temática del quehacer revolucionario, por supuesto, no había dejado de cultivarse del todo. Una muestra la tenemos en Gente de Playa Girón (Premio Casa de las Américas 1962), de Raúl González de Cascorro. Pero es a partir de esta fecha señalada que aparece una nueva promoción de cuentistas, quienes -si bien con características individuales muy definidas- se preocupan por expresar artísticamente la coyuntura revolucionaria que les toca vivir, bien abordando la temática de las luchas internas contra los enemigos de la Revolución, en particular la lucha contra los bandidos en las montañas de El Escambray (buena parte de la producción de nuestros narradores más jóvenes ha abordado esta temática, así como la generada por la heroica victoria de nuestro pueblo en Playa Girón), bien tratando de traducir estéticamente en sus infinitas circunstancias cotidianas, el ingente esfuerzo de nuestro pueblo por edificar el socialismo. Entre estos autores se destacan Jesús Díaz (Los años duros, 1966); Julio Travieso (Días de guerra, 1967, Los corderos beben vino, 1970); Hugo Chinea (Escambray 60, 1970, Contra bandidos 1973); Sergio Chaple (Ud. sí puede tener un Buick, 1969); Manuel Cofiño (Tiempo de cambio, 1969); Enrique Cirules (Los perseguidos, 1971); Julio Chacón (Canción militante en tres tiempos, 1972).

Paralelamente a la obra de estos más jóvenes autores, cuentistas de generaciones anteriores continúan produciendo sus obras, tales como César Leante (La rueda y la serpiente, 1969); Imeldo Álvarez (La sonrisa y la otra cabeza, 1971); Noel Navarro (La huella del pulgar, 1972); Antonio Benítez (Tute de Reyes, 1967, El escudo de hojas secas, 1968). En tanto, algunos de los cuentistas más destacados de los años 40 -Onelio Jorge Cardoso, Félix Pita Rodríguez, Dora Alonso- continúan desarrollando su obra con ejemplar espíritu renovador, como puede apreciarse en los cinco volúmenes de nuevos cuentos (El caballo de coral, 1960; La otra muerte del gato, 1964; Iba caminando, 1966; Abrir y cerrar los ojos, 1969; y El hilo y la cuerda, 1974) que con posterioridad al triunfo de la Revolución ha publicado Onelio Jorge Cardoso.

El saldo de la cuentística cubana posrevolucionaria hasta la fecha resulta, quizás, el más satisfactorio que puedan mostrar los distintos géneros literarios cultivados entre nosotros en este período. Cada año los distintos concursos nos revelan el surgimiento de escritores noveles de alta promesa, los cuales con gran frescura van dejando la impresión literaria de la magna empresa que con su trabajo tesonero gesta nuestro pueblo.

Por otra parte, el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura, al delimitar muy claramente los lineamientos de lo que ha de ser la producción literaria en nuestro país, garantiza su correcto desarrollo, por lo que nada obsta para que, haciendo suya la ya rica tradición que en el género posee nuestra literatura y asimilando lo más valioso de la narrativa universal, las nuevas generaciones de narradores deparen a Cuba un sitial de primerísima jerarquía dentro de la cada vez más pujante literatura latinoamericana.

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Recurso: Diccionario de la Literatura Cubana on Buho.Guru

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  1. cuento — (cuento del tío) Cono Sur Timo, estafa. tener más cuento que Calleja España Ser quejicoso, fantasioso o exagerado. Diccionario de regionalismos
  2. cuento — s m 1 Narración corta de una historia: cuento de hadas, cuento de fantasmas, un libro de cuentos 2 Narración corta y cómica: cuentos de Pepito 3 Dicho falso, mentira o chisme: "¡Esos son puros cuentos: no es cierto!... Diccionario del español usual en México
  3. cuento — m. Narración breve de un suceso imaginario con fines morales o recreativos. fam. Enredo que se cuenta a una persona para ponerla mal contra otra. Diccionario del castellano
  4. cuento — Relato de ficción poco extenso que utiliza el mínimo número de palabras para transmitir el máximo de intensidad emocional; debido a su brevedad, cada frase tiene una especial significación dentro de su estructura... Diccionario literario
  5. cuento — 1. m. Mentira, falsedad. El cuento o 'historia de ficción' se convierte fácilmente en 'mentira', a través de una ligera variación del sentido. Esta acepción y la siguiente ya se atestiguan desde principios de siglo en el Diccionario de argot español de L. Diccionario de argot
  6. cuento — delinc. Engaño (LCV.), estafa (LCV.), igual que Trabajo (AD); robo genéricamente (AD)// mentira (LCV.), relato falso// drog. Argumentación falsa para obtener drogas o dinero para adquirirlas. Diccionario de lunfardo
  7. cuento — 1. m. Narración breve de sucesos ficticios o de carácter fantástico, hecha con fines didácticos o recreativos: el cuento de la bella durmiente del bosque. 2. Mentira, pretexto, simulación: es muy aficionado a contar cuentos que nadie cree. Diccionario de la lengua española
  8. cuento — Sinónimos: ■ historia, fábula, narración, relato, parábola, aventura, anécdota ■ chisme, bulo, mentira, embuste, patraña, infundio Diccionario de sinónimos y antónimos