ENSAYO

El ensayo es género movedizo, flexible, que irrumpe en muchas zonas limítrofes, y cuyas características más reconocidas por la crítica es conveniente deslindar antes de iniciar el breve recuento de su desarrollo en la literatura cubana. El ensayo como tal se tiene por género moderno, cuyo ejemplo básico es Montaigne, y que gana popularidad según se generalizan las publicaciones de índole literaria en la prensa periódica. Siempre se habla de que no es el tema, sino el modo de tratarlo, lo que define al género. Aquí se valora al máximo la lograda expresión de una fuerte personalidad, sin sujeciones a planes ceñidos, ni propósitos didácticos científicamente analíticos. Esto lo separa de las monografías, informes, disertaciones, o cualquier otro tipo de composición que se imponga el transmitir una información o indagar sobre un tema con precisión determinada por el asunto, sin permitir el libre divagar del autor. Pero éste tampoco nos contará en específico su vida, con lo que el ensayo se deslinda también de la memoria o la autobiografía. Y aunque críticos literarios, historiadores, filósofos u otros escritores especializados puedan expresarse a través del ensayo, será en cada caso la forma en que desarrollen su tema lo que determinará su especificidad genérica. También debe señalarse que el ensayo es típico de la madurez de pueblos y literaturas, y que, dado su carácter reflexivo, suele tener particular florecimiento en aquellas épocas de crisis, en las que los antiguos valores son puestos en duda y los nuevos pugnan por ganar terreno.

Dentro de la literatura cubana solamente podrá hablarse de ensayo cuando aparezcan sus primeros escritores importantes, ya en el siglo XIX. Ni siquiera pueden rastrearse antecedentes ensayísticos en los oradores sagrados o en los cronistas históricos, aunque ya en los prosistas que colaboran en el Papel Periódico (1790) pudieran hallarse matices anticipadores, especialmente en algunos de los artículos de José Agustín Caballero (1762-1835). Pero entre los escritores empeñados en convertir la factoría en una rica colonia de plantaciones, la voz principal es la de Francisco de Arango y Parreño (1763-1837), cuya prosa, sobria y elegante, es muestra ya de un estilo personal con valores destacables, aunque aún obras como su Discurso sobre la agricultura en La Habana y medios de fomentarla (1792) pertenezcan más al campo de la monografía. Sí ya dentro del ensayo suele ser situada parte de la importantísima obra de Félix Varela (1787-1853), en particular su Miscelánea filosófica (1819), así como varios de los artículos publicados en El Habanero (1824) y algunos fragmentos de Cartas a Elpidio (1835-1838), con lo cual coinciden en Cuba la aparición del género y el surgimiento del sentimiento de «nación», con su consecuente ideal de independencia. La trascendencia de su pensamiento y de su conducta no puede hacernos olvidar que Varela es uno de los mejores ensayistas de la lengua española en aquellos momentos.

Los comienzos de nuestro siglo XIX, período esencialmente formativo, con sus contradicciones políticas, económicas y sociales, era propicio para la aparición de fuertes voces polémicas, que iban a servir de portavoces al patriciado nativo, interesado en la incorporación de la isla al capitalismo industrial contemporáneo. La figura que mejor encarna esta postura es José Antonio Saco (1797-1879), que puso su prosa vigorosa y aguda al servicio de sagaces análisis de la problemática nacional, en los que la vehemencia del tono convierte, ocasionalmente, en ensayos los rigurosos análisis económicos-sociales, recopilados posteriormente en tres tomos bajo el título común de Colección de papeles [...] (1858-1859). La otra gran figura intelectual del patriciado en aquellos momentos, José de la Luz y Caballero (1800-1862), realizó su fecunda labor nacionalista más bien a través de la enseñanza. Y aunque cuenta en su haber con distintos ensayos sobre temas literarios, educacionales, filosóficos y sociales, no era un estilista, aunque tuviese vigor y hasta originalidad en su expresión. Ensayista más cuajado, desde el punto de vista estilístico, fue Domingo del Monte (1804-1853), en especial en sus trabajos de crítica literaria, recopilados póstumamente en dos tomos de Escritos, con una prosa elegante y fluida, aunque ideológicamente se identifique con la porción más conservadora de la sacarocracia criolla. Porque tanto Del Monte como Saco y Luz, representan la actitud «indagadora y criticista de un pueblo cuya clase hegemónica, la burguesía azucarera, acababa de descubrirse a sí misma». Manuel González del Valle (1802-1884), Ramón de Palma (1812-1860), Antonio Bachiller y Morales (1812-1860) y Anselmo Suárez y Romero (1818-1878), pueden ser citados también entre los escritores de la época que dejaron páginas, en una u otra medida, ensayísticas.

Probablemente el más alto ejemplo del género en los comienzos de siglo lo sea el «Ensayo sobre la novela», de José María Heredia (1803-1839), nuestro primer gran poeta, que ocasionalmente cultivó el artículo periodístico con calidad poco común. Como él, algunos de nuestros principales poetas decimonónicos también harán incursiones no muy extensas en el ensayo, como José Jacinto Milanés (1814-1873), con artículos de crítica literaria, Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1863), que aportará interesantes colaboraciones en su Álbum cubano de lo bueno y lo bello (1860), y Juan Clemente Zenea (1832-1871), que publicó en la Revista Habanera (1861-1862) prosas ensayísticas aún no bien valoradas. Por lo demás, en lo que resta del siglo XIX, hasta la terminación de nuestra primera guerra independentista y el posterior surgimiento de la que se ha llamado generación modernista, hacia 1880, el ensayo es género pobremente cultivado, que aparece de manera casi fugaz en algún escritor menor o que se disfraza a veces con los muy gustados ropajes del costumbrismo.

Las guerras por la independencia de Cuba suponen una toma de conciencia definitiva, que implicará el énfasis en los análisis críticos de la problemática nacional, tanto para indagar en sus raíces como para ir sentando las bases de nuestro futuro desarrollo. Por eso no es de extrañar que el ensayo sea quizás el género más favorecido en esos momentos. Incluso Max Henríquez Ureña ha llegado a afirmar que «nunca ha tenido Cuba, como lo tuvo entonces, tan valioso y nutrido conjunto de buenos ensayistas». Dos publicaciones nuclearán a la mayor parte de dichos autores: la Revista de Cuba (1877-1884), dirigida por José Antonio Cortina, y la Revista Cubana (1885-1895), dirigida por Enrique José Varona. Enrique Piñeyro (1839-1911) es el de más edad entre estos escritores y, aunque su labor es fundamentalmente la de un crítico interesado en el examen de las corrientes literarias del siglo XIX, cosa que pudo realizar sólo fragmentariamente, su estilo elegante e impecable, que fue puliendo con el transcurso del tiempo, lo coloca entre los mejores prosistas en lengua española del momento. También más crítico que ensayista fue Rafael María Merchán (1844-1905), riguroso y erudito, que dejó recopilados algunos de sus trabajos en dos interesantes tomos: Estudios críticos (1886) y Variedades (1894). En el período entre las dos guerras independentistas comenzaron también a destacarse una serie de oradores, agrupados bajo la bandera autonomista, que solían cultivar el ensayo, pero en los cuales siempre primaban las cualidades tribunicias; el más importame de ellos fue Rafael Montoro (1852-1933).

Manuel Sanguily (1848-1925) puede ser considerado un gran orador y un ardiente polemista; ambas características contribuyeron a matizar el tono ensayístico de su certera y exigente revisión de los valores nacionales, como puede comprobarse en la revista Hojas Literarias (1891-1894), que él solo redactó casi íntegramente. En sus ensayos hay siempre una prédica política, ya que en él, en definitiva, existía una unidad inquebrantable entre el estilo y el hombre. También en Enrique José Varona (1849-1933) las preocupaciones ideológicas y políticas serán fundamentales, en una obra que va a extenderse hasta el primer tercio del siglo XX. Esta vez nos encontramos ante un escritor sereno y pulido, de rigurosa formación clásica; dos tomos en los que recopiló sus artículos ensayísticos pueden servimos de ejemplo: Desde mi belvedere (1907) y Violetas y ortigas (1917). Pero en el ensayo, al igual que en toda nuestra literatura, la culminación va a encontrarse en la obra genial de José Martí (1853-1895), que nunca compuso un libro específico dentro del género, pero que supo elevar el comentario o el artículo periodístico a la más alta categoría ensayística, para lo cual contaba con su prosa renovadora e inigualable, instrumento del cual el pensador y el revolucionario supieron aprovecharse para lograr algunas de las muestras más importantes del género en toda la literatura escrita en lengua española. Y esto, desde su medular «Nuestra América», pasando por sus críticas literarias sobre Emerson y Whitman, hasta algunas de las páginas dedicadas a los niños en La Edad de Oro (1889). Manuel de la Cruz (1861-1896) es también estilista agudo, como lo prueban sus escritos recogidos bajo el título de Crítica y filosofía, pero generalmente desborda los límites específicos del género. Al igual que el malogrado Aurelio Mitjans (1863-1889), que dejó un tomo de Estudios literarios (1887). Aún pueden mencionarse una poetisa, Aurelia Castillo de González (1842-1920), y un novelista, Nicolás Heredia (1852-1901), que también incursionan en el ensayo, particularmente el último con su estudio La sensibilidad en la poesía castellana (1898). Dentro de esta generación finisecular, para terminar, citaremos a José de Armas y Cárdenas (1866-1919), Justo de Lara, que alcanza bondades ensayísticas en muchos de sus artículos periodísticos. Preocupado por los estudios formalistas y eruditos, fue dueño de un correcto y ágil estilo, el cual consagró en numerosos libros al estudio de la obra cervantina.

Los comienzos del siglo XX van a contemplar la madurez de algunos de los grandes ensayistas del siglo anterior, como Sanguily y Varona, pero el cultivo del género decaerá si lo comparamos con la etapa anterior. Son los momentos en que la República da sus primeros y tambaleantes pasos, y hay mucho de amargura y desilusión en el ambiente. La revista Cuba Contemporánea (1913-1927) será el órgano literario más importante del momento. Entre los escritores que cultivan el ensayo por esta época, figuran algunos que realizan su labor fundamental en otros géneros, como los poetas Regino E. Boti (1878-1958) y José Manuel Poveda (1888-1926), y los narradores Jesús Castellanos (1879-1912), prosista de gran calidad que dejó inconcluso su libro Los optimistas, y José Antonio Ramos (1885-1946), también dramaturgo, con su Manual del perfecto fulanista (1916). Sí dedicaron sus esfuerzos mayores al ensayo Mariano Aramburo (1870-1940), Luis Rodríguez Embil (1879-1954) y sobre todo, los matanceros Fernando Llés (1883-1949) y Emilio Gaspar Rodríguez (1889-1939), estos dos últimos muy influidos por Rodó. También Medardo Vitier (1886-1960) cuenta en su haber numerosos títulos ensayísticos. Entre los periodistas que inciden en el género puede mencionarse a Manuel Márquez Sterling (1872-1934) y Rafael Suárez Solís (1881-1968), mientras que Francisco González del Valle (1881-1942) cae más dentro del campo de la crítica erudita e historicista. El aporte femenino al ensayo es más abundante en estos momentos, contando con dos poetisas, Dulce María Borrero (1883-1945) y Emilia Bernal (1884-1964), además de la helenista Laura Mestre (1867-1944) y la investigadora Carolina Poncet (187?-1969). Hay un autor dominicano, muy notable ensayista, que tiene especial importancia en este momento: Max Henríquez Ureña (1885-1968). Por último, dos figuras que desbordan el género y el momento, ya que su producción se extiende por toda la primera mitad del siglo XX: Ramiro Guerra (1880-1970), historiador y economista, pero que a veces utiliza un certero enfoque ensayístico, como en Azúcar y población en las Antillas (1927), y Fernando Ortiz (1881-1969), polígrafo con especial interés en los estudios afrocubanos, cuya amplísima bibliografía, que trata de apoyarse en bases científicas, no excluye la agilidad ensayística en libros como Contrapunteo cubano del azúcar y el tabaco (1940) o El engaño de las razas (1946).

La reacción ante la situación política y cultural imperante en el país conduce a los escritores más jóvenes a una actitud crítica y renovadora, reconocible en la llamada Protesta de los Trece (1923) y en la subsiguiente formación del Grupo Minorista, el cual dio a conocer, en 1927, una declaración de principios redactada por el poeta y revolucionario Rubén Martínez Villena (1899-1934). Consecuentemente, ésta va a ser de nuevo una generación en la que los ensayistas tendrán el mayor peso. Dos publicaciones, Social, que comenzó a salir en 1916, y de la cual fue jefe de redacción Emilio Roig de Leuchsenring (1889-1964), y la Revista de Avance (1927-1930), entre cuyos editores figuraron algunos de los más importantes ensayistas de la época, son los vehículos literarios más utilizados. Los editores de la segunda revista desarrollarán posiciones ideológicamente bien opuestas. El ala derecha va a estar representada por Francisco Ichaso (1900-1962), Jorge Mañach (1899-1961) y, un poco menos, por Félix Lizaso (1891-1966), que realizó una amplia labor como investigador y comentarista. El más importante de ellos fue Mañach, por su aguda incidencia en el género, vinculada a Ortega y Gasset y Eugenio d'Ors, con libros como Indagación del choteo (1928) e Historia y estilo (1944). El ala izquierda de dichos editores tiene cabal representación en la figura de Juan Marinello (1898), de bien definida filiación marxista, preocupado por lograr la más fiel expresión americana, con mucho más de impulso ensayístico que de análisis científico. Entre sus títulos se encuentran Poética (1933), José Martí, escritor americano (1958), Contemporáneos (1964) y Creación y revolución (1973). Otro minorista también destacado como ensayista fue José Antonio Fernández de Castro (1897-1951), especialmente con Barraca de feria (1933). Algo al margen de las preocupaciones epocales realizó su acuciosa pero no extensa obra de crítica e investigación José María Chacón y Calvo (1893-1969), del cual pueden citarse Ensayos de literatura cubana (1922) y Estudios heredianos (1939). Otros cultivadores del género en estos momentos son Francisco José Castellanos (1892-1920), nuestro ensayista más puro, muerto prematuramente, y José de la Luz León (1892).

Entre los autores ya nacidos en el siglo XX, un grupo se vincula estrechamente con la generación del minorismo. A él pertenece Alejo Carpentier (1904), que ya cultivaba el artículo ensayístico mucho antes de iniciar su brillante producción narrativa. En 1966 publicó su Tientos y diferencias. Más inmerso en la lucha contra la dictadura machadista, que radicalizará las búsquedas de nuestras soluciones nacionales, está Raúl Roa (1909), cuya pluma, ágil, mordaz y certera, logra páginas ensayísticas inigualables, como las recogidas en Retorno a la alborada (1964) y Escaramuza en las vísperas y otros engendros (1966). La urgencia de la acción política impide el desarrollo ensayístico de prosas tan vigorosas como la de Julio Antonio Mella (1905-1929). Narradores como Enrique Labrador Ruiz (1902) y Marcelo Pogolotti (1902), pintor además, hacen interesantes incursiones por el ensayo. Y utilizan el género para muchos de sus estudios el historiador Elías Entralgo (1903-1966) y los críticos Raimundo Lazo (1904-1976) y Loló de la Torriente (1907).

Nuevas voces se enfrentan a las premisas sociopolíticas que suceden al derrocamiento de Machado. De la respuesta escapista que propone el grupo de la revista Orígenes (1944-1956) surgen tres poetas que son a su vez ensayistas de notable fibra. José Lezama Lima (1912) une la expresión barroca a su aguda percepción en libros como La expresión americana (1957), Tratados en La Habana (1958) y La cantidad hechizada (1970). Los otros dos poetas, Cintio Vitier (1921) y Fina García Marruz (1923), quizás son más críticos que ensayistas, aunque el primero tenga en su haber títulos tan fundamentales como Lo cubano en la poesía (1958) y su fina colección de ensayos Crítica sucesiva (1971). La otra respuesta generacional la intentan escritores que se afianzan sólidamente en las doctrinas marxistas-leninistas. A ella pertenecen Carlos Rafael Rodríguez (1913) y el historiador Sergio Aguirre (1914). Pero dentro de esta orientación las figuras más notables del género son José Antonio Portuondo (1911), serio y ameno indagador de nuestra realidad nacional, con títulos como Contenido social de la literatura cubana (1914), El heroísmo intelectual (1955), Crítica de la época y otros ensayos (1965), Astrolabio (1973), La emancipación literaria de Hispanoamérica (1975), y Mirta Aguirre (1912), cuya fina y medular prosa ha cuajado en libros como Un hombre a través de su obra: Miguel de Cervantes Saavedra (1948), El romanticismo de Rousseau a Víctor Hugo (1973), y Del encausto a la sangre: sor Juana Inés de la Cruz (1975). Prosas ensayísticas también tienen el poeta periodista Ángel Augier (1910), el crítico Salvador Bueno (1917) y, ya en camino hacia la generación más joven, Roberto Fernández Retamar (1930), Edmundo Desnoes (1930), Ambrosio Fornet (1932) y Graciella Pogolotti (1932), con su interesante Examen de conciencia (1965). Como un estímulo al desarrollo del género, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba instituyó el Premio Nacional de Ensayo «Enrique José Varona», el cual ha sido ganado por Federico de Córdova en 1966, Francisco López Segrera en 1969 y Pedro Dechamps Chapeaux en 1970.

BIBLIOGRAFÍA Bueno, Salvador. «Proceso de la crítica y el ensayo», en Medio siglo de literatura cubana (1902-1952). La Habana, Publicaciones de la Comisión Nacional Cubana de la UNESCO, 1953, p. 93-118. Costa, Octavio R. «El ensayo en Cuba», en Libro de Cuba. La Habana, Talleres Tipográficos de Artes Gráficas, 1954, p. 640-645. Lizaso, Félix. Ensayistas contemporáneos. 1900-1920. La Habana, Editorial Trópico, 1938. Portuondo, José Antonio. «El ensayo y la crítica en Cuba revolucionaria», en El ensayo y la crítica literaria en Iberoamérica. Edición al cuidado de Kurt L. Levy y Keith Ellis. Toronto (Canadá), Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, 1970, p. 215-220

Recurso: Diccionario de la Literatura Cubana on Buho.Guru

Mira otros diccionarios

  1. ensayo — 1 s m 1 Ejercicio o práctica repetida de algo como preparación para una actuación o una presentación frente al público: "Tuvimos ensayos diarios durante tres meses"... Diccionario del español usual en México
  2. ensayo — Aplicado como título de algunas obras, ya por modestia de sus autores, ya porque en ellas no se trata con toda profundidad la materia sobre que versan, ya, en fin, porque son primeras producciones o escritos de alguna persona que desconfía del acierto... Diccionario de galicismos
  3. ensayo — Composición literaria que expone una o varias tesis sobre un asunto. Suele constar de un planteamiento y de unas conclusiones. / José Saramago (Portugal, 1922) ha escrito recientemente una novela titulada "Ensayo sobre la lucidez". Diccionario literario
  4. ensayo — 1. m. Acción y resultado de ensayar. 2. Obra en prosa, de extensión variable, en la que un autor reflexiona sobre determinado tema: los ensayos de Montaigne inauguraron el género. Diccionario de la lengua española
  5. ensayo — Sinónimos: ■ prueba, examen, experimento, entrenamiento, intento, reconocimiento, verificación, sondeo, tanteo, tentativa ■ escrito, estudio, tesis, esquema, esbozo, proyecto, obra Diccionario de sinónimos y antónimos
  6. ensayo — Proceso de exploración de la calidad. Diccionario médico