EPISTOLARIOS

A pesar de no contar Cuba con una tradición en el género epistolar comparable a la de Europa, a partir del siglo XIX encontramos un crecido número de epistolarios que, tanto por la calidad literaria como por la importancia que para la historia de nuestra cultura revisten, no pueden dejar de mencionarse al hacer un recuento de su vida literaria.

Ya del primero de nuestros poetas mayores -José María Heredia-, poseemos una importante colección de cartas, cuya edición más completa se encuentra en el tomo II de las Poesías, discursos y cartas de José María Heredia (1939), publicadas en el volumen XLII de la Colección de autores cubanos que dirigía Don Fernando Ortiz. En él se encuentra incluida su célebre carta del 17 de junio de 1824, en donde el poeta narra las impresiones de su visita a las cataratas del Niágara y consigna haber escrito allí, inspirado por el magno espectáculo, su famosa oda. Falta, empero, su más polémico escrito: la carta que envió en 1836 al Capitán General de Cuba, Miguel Tacón, en la que solicitaba autorización para regresar a nuestra patria, siquiera por breve tiempo, con el objeto de visitar a su madre y otros familiares. Son las suyas, cartas de gran interés que esclarecen aspectos importantes tanto de su biografía como de su producción literaria.

Por la trascendencia que para el pensamiento cubano del siglo XIX y la formación de nuestra nacionalidad tuvo la figura de José Antonio Saco, resulta de capital importancia la compilación de las cartas a él escritas que ejemplarmente realizó en 1923 el estudioso de nuestras letras José Antonio Fernández de Castro (Medio siglo de historia colonial (1823-1879), con prefacio de Enrique José Varona. La obra cuenta con una erudita introducción del autor y se encuentra dividida en cuatro grandes períodos -«la formación (1823-1837)»; «las tentativas de fuerza (1846-1857)» «las ideas (1858-1868)», y «la revolución (1869-1879)»-, en los cuales las cartas comprendidas han sido cuidadosamente anotadas. Cuenta, además, con una tabla biográfica de los corresponsales de Saco, entre los cuales se encuentran personalidades tan relevantes de la cultura cubana como José de la Luz y Caballero, Félix Varela, Domingo del Monte, El Lugareño (seud. de Gaspar Betancourt Cisneros), José A. Echeverría, Juan Bautista Sagarra y Nicolás Escobedo. En su clase, la obra constituye un verdadero modelo y una fuente de obligada consulta para todo estudioso de nuestro siglo XIX.

Al notable esfuerzo de Fernández de Castro viene a unirse, años más tarde, la publicación del epistolario de otra de las más preclaras figuras del pensamiento decimonónico en Cuba: José de la Luz y Caballero. Con el título de De la vida íntima fueron editadas estas cartas en dos volúmenes, entre 1945 y 1949, por la Editorial de la Universidad de La Habana, al publicar en su Biblioteca de autores cubanos las obras completas de Luz, prologados ambos volúmenes por el doctor Elías Entralgo. Tal como en el caso de la obra de Fernández de Castro, nos encontramos en presencia de una muy cuidadosa edición, ampliamente anotada, con una «addenda» biográfica y un índice analítico no sólo de los remitentes de las cartas sino también de los destinatarios pues -a diferencia del epistolario de Saco y como una ventaja sobre éste- se encuentran recogidas en el segundo tomo 215 cartas dirigidas a Luz por figuras tan destacadas como Alejandro de Humboldt, Saco, Varela, El Lugareño, Domingo del Monte y José Antonio Echeverría, entre otras.

Continuando la senda abierta por estos trabajos, Federico Córdova compilaría con gran rigor las Cartas del Lugareño (1951), autor que gozó de la más alta reputación como epistológrafo entre los cubanos de su tiempo. Córdova recoge primeramente las 57 cartas de Gaspar Betancourt Cisneros que se encuentran incluidas en el Centón epistolario de Domingo del Monte, luego las 15 dirigidas a Luz y Caballero y las 17 a José Antonio Saco, que junto a las 20 aparecidas en la Gaceta de Puerto Príncipe y 4 remitidas a varias personas suman las 113 epístolas que, tras una búsqueda exhaustiva de varios años de duración en todas las fuentes de obtención posibles, le fue dable reunir. Es de lamentar que el epistolario íntimo de El Lugareño no hubiera podido ser de nuestro conocimiento, dado que fue incinerado por su autor en 1869, temeroso de una posible requisa por parte de las autoridades españolas. Es, con todo, una valiosísima contribución la que con su paciencia y laboriosidad ingentes ha aportado a nuestras letras Federico Córdova.

Pero la obra más importante en este género para darnos a conocer el contexto sociopolítico en que se insertó la vida literaria cubana durante la primera mitad del siglo XIX, es, sin dudas, el Centón epistolario de Domingo del Monte, cartas dirigidas a del Monte, publicadas en siete gruesos volúmenes por la Academia de la Historia de Cuba entre 1923 y 1957 bajo la dirección sucesiva de Domingo Figarola-Caneda, quien preparó la edición de los tres primeros volúmenes (1923, 1924, 1926); Joaquín Llaverías, que a la muerte de Figarola-Caneda lo sustituyó en la publicación de los volúmenes cuarto y quinto (1930-1938), y Manuel I. Mesa Rodríguez, director de los tomos sexto y séptimo (1953-1957).

Gracias a la paciente labor de estos investigadores, disponemos hoy de esta obra de capital importancia para el estudio de la cultura cubana, obra que se vio interrumpida en más de una ocasión «por falta de numerario al efecto en los pasados presupuestos» y requirió, en otras, auspicios privados para ser editada. En ella se hallan recogidas cronológicamente las cartas que a Del Monte dirigió lo más granado de la cultura cubana del XIX: Saco, Luz, José Jacinto Milanés, Ramón de Palma, Cirilo Villaverde, El Lugareño, José A. Echeverría, la Condesa de Merlin (María de las Mercedes Santa Cruz y Montalvo), Anselmo Suárez y Romero, José Zacarías González del Valle, por citar sólo algunos nombres del gran número de sus corresponsales. Particular interés ofrece la correspondencia de los dos últimos tomos por la luz que arrojan sobre la controvertible actitud en hechos poco esclarecidos de nuestro historial, en especial la llamada Conspiración de la Escalera, de figuras tan importantes para la cultura nacional como Luz y el propio Del Monte, así como todo lo relacionado con la trata de esclavos y las relaciones de Del Monte con los funcionarios consulares ingleses Turnbull y Madden, opuestos a los intereses de los esclavistas españoles.

Ya enmarcadas en un ámbito más estrictamente literario, aunque es sabida toda la motivación de tipo políticosocial que envolvió la creación de la novela Francisco, de Anselmo Suárez y Romero, las 49 cartas que a este autor escribió el joven catedrático de filosofía José Zacarías González del Valle entre 1836 y 1840 -publicadas por la Secretaría de Educación de la Dirección de Cultura bajo el título de La vida literaria en Cuba (1938)- resulta un documento de notable valor para el conocimiento no sólo de la gestación de la novela mencionada, sino en especial sobre el grupo de intelectuales que orbitaba en torno a la figura de Del Monte y asistían a sus famosas tertulias, de tanta importancia en el desarrollo de la literatura cubana en el pasado siglo.

Pero si en todos estos epistolarios que hemos dejada consignados el valor radica básicamente en su calidad de documento para la comprensión cabal de una época, en el caso de las famosas cartas amorosas dirigidas a Ignacio de Cepeda y Alcalde por Gertrudis Gómez de Avellaneda, la nota lírica resulta en ella la dominante y les confiere un singular encanto que las ha convertido en un verdadero clásico de las letras hispánicas en la vertiente erótica del género.

Muerto Cepeda en 1906, a expensas de su propia viuda se publicaron las cartas que entre 1839 y 1854, con algunos años de interrupción, le dirigió la poetisa. Fueron editadas en Huelva en 1907 con el título de Autobiografía y cartas de la ilustre poetisa hasta ahora inéditas, con un prólogo y una necrología por D. Lorenzo Cruz de Fuentes. Esta primera edición estaba compuesta por 40 cartas. Una segunda edición hecha en 1914, prologada por el propio Lorenzo Cruz de Fuentes, fue enriquecida con 13 nuevas cartas. El epistolario ha sido editado con posterioridad varias veces en Cuba: en la edición nacional del centenario de las Obras de la Avellaneda (1914), en la edición de Cuba contemporánea (1914) y en la que tiene por título Diario de amor (1969), la más reciente, ya posterior al triunfo de la Revolución. Una selección de las cartas fue publicada en lengua inglesa -traducidas en 1956 por Dorrey Malcolm y prologadas por J. A. Portuondo- en los talleres gráficos de Juan Fernández Burgos con el título de The love letters of Gertrudis Gomez de Avellaneda [1956]. Otras expresiones epistolares de la poetisa son los libros Gertrudis Gómez de Avellaneda. Cartas inéditas y documentos (1911) y Memorias inéditas de la Avellaneda (1914), correspondencia dirigida a su prima Eloísa Arteaga en 1838 las primeras, y a Doña Dolores de la Cruz las segundas, editadas por José Augusto Escoto y Domingo Figarola-Caneda respectivamente.

La más noble expresión del género epistolar entre nosotros, que no desmerece en estatura moral o perfección estilística de lo escrito con la de los clásicos de la lengua, habría de lograrla nuestra más alta figura política y literaria. Sólo el genio de José Martí pudo alcanzar la milagrosa concisión de estas cartas -ante las cuales el propio genio de Miguel de Unamuno se extraviaba-, que resulta un preciado tesoro que aguarda aún la investigación estilística definitiva.

Política, social, amistosa, estética, amorosa, notas todas sublimadas por la mano del artista impar, armoniosamente aleadas en este epistolario único que para orgullo de nuestra América continúa enriqueciéndose, puesto que la inagotable producción epistolar de Martí dista aún de haberse completado. Cada edición sucesiva de sus obras completas va engrosando el caudal de cartas acopiadas que, arregladas cronológicamente con introducción y notas de Félix Lizaso, en dos volúmenes publicó la Colección de libros cubanos, dirigida por Fernando Ortiz, bajo el título de Epistolario de José Martí (1930).

Nuestra Revolución, que vela por que cada día se divulgue y estudie sin adulteraciones la vida y la obra de José Martí, garantiza que no se escatimarán esfuerzos a fin de que, en un futuro no lejano, las nuevas generaciones de investigadores formados por ella tengan en sus manos -lo más completamente posible- este legado de valor inapreciable para nuestra América que constituye su epistolario.

El siglo XIX habría de cerrarse con el espléndido aporte al género epistolar de otra poetisa, el cual sólo recientemente nos ha sido dable conocer en forma completa. En la conferencia Juana Borrero, la adolescente atormentada, pronunciada por el poeta y crítico Ángel Augier el 17 de marzo de 1937 en el Palacio Municipal y recogida al año siguiente como folleto, el autor -al que le había sido dado conocer el epistolario a través de una hermana de la poetisa-, citaba fragmentos de algunas de las cartas y llamaba la atención acerca del valor excepcional del epistolario dirigido a Carlos Pío Uhrbach. Lamentablemente, la familia no se decidió a dar a conocer entonces las cartas de Juana, las que permanecieron inéditas hasta que en 1966, bajo el cuidado de los también poetas y críticos Fina García Marruz y Cintio Vitier fueron publicadas por nuestro Instituto de Literatura y Lingüística (Epistolario). Su aparición dio lugar a un extenso trabajo, discutible en más de un aspecto -particularmente en el tratamiento dado a la figura de Carlos Pío-, del profesor norteamericano Manuel Pedro González, el cual motivó observaciones de Ángel Augier y Cintio Vitier sobre algunos planteamientos suyos contenidos en él. Trabajo y observaciones fueron recogidos en el número 1 de nuestro Anuario L/L (1970), al que remitimos al lector como la fuente de documentación más completa hasta el presente sobre este epistolario.

Juana Borrero fue un caso excepcional en nuestras letras y el estudio de su personalidad poética no puede hacerse basándose meramente en procedimientos literarios. Ya desde la época en que pronunció su conferencia, Ángel Augier llamaba la atención sobre este particular y hacía hincapié en la necesidad de un estudio sicológico de la autora a la luz de su obra y el testimonio de sus familiares, que complementara el estilístico (de hecho, un intento de ello desde el punto de vista sico-pedagógico fue realizado por la entonces alumna de pedagogía Matilde Serra). En la actualidad, ya publicado el epistolario, ese estudio se impone y confiamos en que pronto se realice para bien de nuestras letras.

Se ha repetido insistentemente que el género epistolar se encuentra en agonía en el presente siglo, pues resulta indudable que el revolucionario progreso técnico de las comunicaciones en nuestra época y el ritmo cada día más agitado de la vida conspiran contra el cultivo de la forma epistolar. Con todo, aunque en crisis, no es de temer -por fortuna- su extinción inmediata. En la actualidad nuestro Instituto prepara la edición de un epistolario trascendental para nuestras letras. Por disposición de la familia del poeta Regino E. Boti, nos ha sido legado el epistolario que Boti sostuvo con José Manuel Poveda, que ofrece la particularidad de ser el único epistolario de importancia entre nosotros, en el cual podemos contar -gracias a la extraordinaria capacidad organizativa de Boti- con las respuestas del destinatario. Con excepción de las cartas dirigidas a Poveda en 1907 y 1908, de las cuales Boti no conservó copia por haberlas escrito a mano, poseemos la totalidad casi absoluta de las epístolas cruzadas entre estos dos importantísimos poetas -los más altos de su generación y a quienes se debe la labor renovadora de nuestra poesía a comienzos del siglo- entre 1907 y 1923 en que termina, tras una interrupción casi total a partir de 1915 cuando se entibió la amistad entre ellos por causas que aún se encuentran pendientes de determinación por parte del investigador que prepara la edición.

Si grande es su valor literario -el propio Boti apuntaba que con este epistolario se podría reconstruir la historia del modernismo en Cuba- no es menor el sociológico, pues en estas cartas se nos hace participar, indirectamente, del clima asfixiante de los inicios de la seudorrepública, cuestionada de modo implacable por la conciencia lúcida de estos dos aparentemente fríos estetas, ajenos al trágico destino nacional que se les imponía. Sólo cuando sea publicado este epistolario se podrán comprender a cabalidad cuestiones vitales de la vida literaria de las primeras décadas del siglo que, ignoradas o erróneamente interpretadas, se han venido repitiendo en nuestros manuales de literatura.

Queda aún mucho por investigar en el género epistolar entre nosotros. El estudio de los epistolarios de nuestras figuras literarias del XIX es todavía muy incompleto. En cuanto a los de las figuras del siglo XX, apenas se ha ensayado. En manos privadas aún permanecen cartas de personalidades relevantes de nuestra cultura, el estudio de las cuales resulta fundamental para la comprensión plena de nuestra historia literaria. De ahí la necesidad de que esta tarea sea calorizada por nuestros investigadores. La publicación del epistolario Boti-Poveda, más la ulterior edición de la correspondencia que sostuvo Boti durante más de 50 años con las más prominentes figuras literarias cubanas y otras de países de habla hispana, son sólo los primeros pasos que permiten entrever las nuevas y halagüeñas posibilidades que se nos abren para el género.

BIBLIOGRAFÍA Bueno, Salvador. «El epistolario amoroso de la Avellaneda», en su Temas y personajes de la literatura cubana. La Habana, Eds. Unión, 1964, p. 29-40. García Marruz, Fina. «Las cartas de Martí», en Temas martianos. La Habana, Biblioteca Nacional José Martí. Depto. Colección Cubana 1969, p. 305-325. Gómez de la Serna, Ramón. «Prólogo. La divina Tula», en Gómez de Avellaneda, Gertrudis. Antología (Poesías y cartas amorosas). Buenos Aires, Espasa-Calpe Argentina, 1945, p. 9-19 (Colección Austral, 498). González, Manuel Pedro. «Escollos al Epistolario de Juana Borrero», en Anuario L/L. La Habana, (1): 103-150, 1970. Rodríguez Embil, Luis. «La Avellaneda al través de sus cartas de amor», en Cuba y América. La Habana, 2a. época, 18, 2 (1): 22-23, abr., 1914. Rodríguez Marín, Francisco: «Unas cartas de la Avellaneda», en El Fígaro. La Habana, 36 (39): 1094, oct. 12, 1919. Vitier, Cintio. «Las cartas de amor de Juana Borrero», en Borrero, Juana. Epistolario I. La Habana, Academia de Ciencias de Cuba. Instituto de Literatura y Lingüística, 1966-1967. 2 v.

Recurso: Diccionario de la Literatura Cubana on Buho.Guru