POSMODERNISMO

Para algunos críticos, el modernismo «se liquidó» en 1910. En realidad, a partir de este año se advierte un nuevo desenvolvimiento de las esencias de la orientación. El fenómeno se pone de manifiesto tanto en Hispanomérica como en España. La acción fecundante del modernismo se diversifica y da lugar a una corriente literaria -lo suficientemente diferenciada- que hoy denominamos posmodernismo. Debe señalarse que algunos prefieren llamarlo neomodernismo. En Cuba, tras el árido y mediocre período que sucede a la muerte de José Martí y Julián del Casal, aparecen sus primeras señales de importancia en el citado año. Bastaría revisar las revistas santiagueras El Pensil (II época, 1909-1910) y Renacimiento (1910-19ll?) para comprobarlo. En sus páginas son las firmas de Regino E. Boti, José Manuel Poveda, Luis Felipe Rodríguez y Armando Leyva las que dan la tónica. Ya por esa época existía en los dos primeros un afán consciente de renovación, pero faltaba aún ampliar el movimiento y proclamar públicamente sus propósitos estéticos. Sin embargo, como es lógico suponer, la fraternidad literaria de éstos y otros escritores orientales había surgido en años anteriores a 1910. Fue un factor propicio para el intercambio y el acercamiento la existencia en la provincia de varias publicaciones literarias, tales como la Revista de Santiago (1907) y Chic (1907-1908), de Guantánamo esta última, para sólo citar dos de los comienzos. Además hay que tener en cuenta las reuniones celebradas algo después en la casa del escritor dominicano Sócrates Nolasco, situada en Calvario 18 y conocida humorísticamente por el nombre del Palo Hueco. «Este núcleo significó por entonces -al decir de José Manuel Poveda- una acción que tendía «a la revuelta»: de aquellas «lecturas» partieron planes demoledores, acuerdos contra la mediocracia misoneísta, actitudes para el porvenir en defensa de los nuevos cánones».

Como puede advertirse, contrario a lo que había ocurrido hasta ese momento, las inquietudes renovadoras se registraban esta vez en provincias. Su epicentro se detectaba en Oriente, pero con muy intensas vibraciones en Matanzas y, en menor grado, en Las Villas. El más antiguo documento que conocemos, donde se habla de la necesidad de crear un núcleo de escritores en Oriente que se hiciera oír de La Habana y más tarde de la América y del mundo, es una carta de José Manuel Poveda a Regino E. Boti fechada en la capital de la República el 28 de noviembre de 1909.

Por otra parte, un grupo de escritores matanceros se reunía alrededor de la revista El Estudiante a fines, poco más o menos, de la primera década republicana. De ese grupo, que insinuó varias promesas, sólo alcanzaron relieve el poeta Agustín Acosta y el ensayista Medardo Vitier; tal vez sería injusto dejar de mencionar a Hilarión Cabrisas. Conviene aclarar que otros escritores, como los hermanos Fernando y Francisco Lles, por ejemplo, alternaron con dicho grupo, aurque su labor literaria se enmarca mejor en las zonas indecisas que se desarrollaron simultáneamente con el modernismo.

En 1909 y bajo la dirección de Ramón de la Paz aparece en Santa Clara, Las Villas, la revista Luz, cuyas páginas dan cabida no sólo a los escritores del patio, sino también a los orientales y matanceros anteriormente citados. Quiere decir esto que las inquietudes renovadoras iban ganando coherencia y amplitud en tanto la mayor parte de los capitalinos permanecían fíeles a los viejos cánones. Las Villas no aportó figuras estimibles al movimiento renovador.

Así las cosas, transcurrieron unos dos años de acercamientos y divulgación carentes de un espíritu doctrinal de grupo. José Manuel Poveda, con su artículo «Palabras a los efusivos», publicado en Orto el 3 de marzo de 1912, dio un texto con las características de un manifiesto, pero de un manifiesto que comporta una posición personal -acaso compartida con entusiasmo por Regino E. Boti- y no un modo de sentir generacional. El 25 de agosto del citado año publica El Cubano Libre, diario santiaguero, bajo el título genérico de «Crónica — Crítica», otro artículo, de Poveda que dejaba entrever las inquietudes en gestación y sus posibles obstáculos. «Las figuras principales de la juventud intelectual de Cuba -nos dice allí- se preparan a luchar con empuje en una nueva era literaria que ya se inicia. Es preciso un renacimiento de las artes en nuestro país, y el renacimiento vendrá. Se trata, no de improvisar artistas y comenzar a crear arte nuevo porque es preciso crearlo, sino dar a conocer talentos que ya han probado su fuerza, altas labores ya realizadas, poner cátedras de crítica moderna, multiplicar las tribunas desde las que se diserte sobre los problemas de la estética contemporánea. Es este gran sueño, una hermosa quimera hacia la que marcha la juventud, insegura de vencer, pero segura de que no vacilará en la porfía. Las voces liminares serán dadas por un libro cuya publicación ha de ser un acontecimienro: «Arabescos mentales», de Regino E. Boti».

A principios de 1913 la Asociación de la Prensa de Oriente convoca a unos juegos florales con el fin de erigirle una estatua en Santiago de Cuba al poeta José María Heredia, momento que aprovecha la renovación para arreciar su propaganda. Así vemos que el 30 de marzo de ese año Poveda inserta en El Cubano Libre un artículo donde anunciaba la inminente aparición de un manifiesto que suscribían los «modernistas» orientales, cosa esta última que ocurrió el 3 de junio del propio año. Sin embargo, por su riqueza programática, el artículo publicado el 30 de marzo debe tenerse hoy como el primer manifiesto de los «modernistas», ya que en él se recogen los principales postulados estéticos de lo mejor de la renovación. Veamos un fragmento:

Atravesamos un momento trascendental en nuestra vida literaria. Después de un largo estancamiento artístico, de una absoluta esterilidad nacional, nuevos ímpulsos han surgido del seno de la juventud, nueva labor comienza a realizar la generación presente. Siguiendo las grandes rutas señaladas por los maestros contemporáneos, rutas por las cuales la América Latina marcha desde hace varios lustros, Cuba empieza a laborar seriamente hacia un poderoso renacimiento. Han sido proscritos todos los viejos modelos, ha sido exaltado el Yo, proclamado el culto de la Forma dogmatizados el sensualismo y el cerebralismo, sobre el símbolo de Dionysos. Y esa labor de los modernistas, que liberta a Cuba de las últimas trabas coloniales, tiene la hostilidad pública. Incapaz nuestro ambiente de comprender las enormes conquistas por el siglo XIX, ahogadas prematuramente las voces de Martí y Casal, que pregonaban entre nosotros esas conquistas, la juventud lucha sola, bien cierta de su victoria, pero no menos segura de que está completamente aislada.

El 18 de mayo de 1913 se hace público el fallo del jurado calificador de los «Juegos Florales pro-Heredia»: Agustín Acosta resulta galardonado con la flor natural. Poveda, desde el mismo instante en que conoció la convocatoria librada por la Asociación de la Prensa, combatió encarnizadamente el certamen. Ninguno de los principales escritores orientales envió trabajos al concurso, con excepción de dos o tres figuras menores que luego aparecen entre los firmantes del manifiesto «modernista» del 3 de junio. Al ser premiado Acosta queda en evidencia que no existía una sólida unidad entre los tres núcleos fundamentales de la renovación.

El documento del 3 de junio, titulado «Llamamiento a la juventud», no añadía nuevos postulados teóricos de consideración. Sin embargo, ponía en evidencia las simpatías del grupo por Julián del Casal, a quien situaban -tal vez sin marcadas intenciones- como contrapartida de Heredia. Se advierte, pues, que la labor renovadora de los «modernistas» orientales se inicia bajo la advocación del poeta de Nieve. En el referido escrito hacen públicas sus intenciones de erigirle un busto a Casal en Santiago de Cuba, honor fundamentado en la valoración siguiente:

Casi olvidado, incomprendido todavía, está uno de los más altos entre nuestros poetas muertos, el divino Julián del Casal. Ante nuestros altares de hoy, él celebró un día los magnos y severos oficios, solitariamente. Nadie comprendió los ritos, todos tuvieron miedo a aquel sacerdote extraño, y cuando él desapareciera, pareció desaparecer con él su mito poético. Queremos hoy, los que le amamos, los que de nosotros le han continuado, los que, aún siguiendo caminos distintos de los suyos, le veneran, honrar la memoria del poeta prodigioso de Nieve y de Rimas.

Si bien es verdad que el manifiesto del 3 de junio de 1913 registra un buen número de firmantes, once en total, dichas adhesiones deben tomarse hoy con reservas ante la certidumbre de que faltaba -en la mayor parte de quienes lo suscribían- una verdadera identificación estética ideológica. Ya el 3 de julio se tenían noticias de que había llegado en el vapor Balmes, procedente de Barcelona, el libro Arabescos mentales, de Regino E. Boti. Los «modernistas» destacaron el suceso como el primer paso en firme de la nueva poesía. Todas las inquietudes de años anteriores comenzaban a cohesiorarse, a depurarse, a ser algo más que textos literarios dispersos en distintas publicaciones.

El 22 de julio Poveda parte para La Habana con el fin de reanudar sus estudios de Derecho. Está en su ánimo, y así se lo hace saber a Boti, conocer en la capital el impacto que pudiera causar Arabescos mentales. Aunque fue Boti el que dio la primera obra de la renovación «modernista», es José Manuel Poveda -como se ha visto- el que advierte la necesidad de darle coherencia a aquellas inquietudes. Fue Poveda, pues, el ideólogo y la sensibilidad más incisiva de aquel movimiento, y el hombre que preparó el terreno a la renovación mediante polémicas, artículos divulgativos, manifiestos y conferencias. Incluso llegando a crear un personaje apócrifo, Alma Rubens, aquella supuesta poetisa cubana en lengua francesa llamada a escandalizar con su arte a nuestras dormidas letras.

Los sustentadores de los viejos cánones no se resignaban a perder la supremacía en el campo de la cultura, y ante la salida de Arabescos mentales adoptan dos tácticas para combatirlo: la negación absoluta y el silencio. Emilio Bobadilla (Fray Candil), desde el extranjero, prefiere la primera. Conde Kostia (seud. de Aniceto Valdivia) y Arturo R. de Carricarte, entre otros, la segunda. En tanto Poveda por sí solo se bastaba para seguir adelante su campaña renovadora. Ya el 27 de mayo de 1914 se halla trabajando en el diario Heraldo de Cuba, en cuyas páginas deja lo mejor de su prosa. Los «modemistas», sobre todo los de Oriente y Matanzas, tienen acceso ya a las principales publicaciones del momento en la capital. En 1915 sale el libro Ala, de Agustín Acosta; poemario que viene a intercalar matices y apuntalar la futura culminación del movimiento, No obstante, Acosta no tiene una verdadera afinidad estética con Boti y Poveda. Otros son sus gustos y otras sus influencias. Fenómeno que se advierte casi de manera generalizada entre las figuras menores, o de trasfondo, del «modernismo». En realidad el movimiento logra su coherencia ideológica con Boti y Poveda, pues Acosta no encontró una orientación precisa y el resto de sus posibles integrantes, con la excepción de Luis Felipe Rodríguez y Armando Leyva, no llegan a alcanzar verdadera jerarquía artística. El posmodernismo cubano tuvo en Max Henríquez Ureña a un compañero de viaje de los mejores informados como crítico. Otras figuras que cronológicamente corresponden al período son las de Miguel de Carrión y Carlos Loveira, los mejores novelistas cubanos del momento. Importante labor que no se afilia a los afanes esteticistas de lo mejor del posmodernismo.

El 31 de octubre de 1917 sale a la venta el libro Versos precursores, de José Manuel Poveda. Su aparición ocurre en un momento sombrío: prácticamente acababa de ser sofocada una insurrección promovida por el Partido Liberal, la cual se vio reducida por la presión de un desembarco yanqui que vino a asegurar en el poder a Mario García Menocal. No obstante aquel confuso panorama, Versos precursores obtuvo un resonante éxito de crítica. Era la culminación del «modernismo». Pero a partir de la salida de dicho libro, el ímpetu de los renovadores comienza a decrecer; y ya hacia 1920 la total dispersión estética e ideológica -y hasta de las relaciones personales- es un hecho innegable. No obstante, de muy diversas maneras la influencia del modernismo y el posmodernismo cubano se mantienen aquí y allá hasta la aparición de las corrientes de vanguardia. Entre los nombres que mantienen esta vigencia podemos citar los de Rubén Martínez Villena y Regino Pedroso.

En resumen, al posmodernismo cubano le corresponde desenvolverse en un período de frustración política. La inconformidad generacional ante tal situación es evidente, pero no siempre se escogen las mejores armas para contrarrestarla. Podría servir como ejemplo irrefutable la «Elegía del retorno», de José Manuel Poveda, pero su reproducción aquí resulta imposible. Fueron pues, los posmodemistas -para decirlo con palabras de Poveda- los productores de belleza de una edad vacilante que, harta del pasado y distante del futuro, no hace sino insinuar los reflejos de una aurora lejana, mientras copia las sombras de una edad ya perdida.

Recurso: Diccionario de la Literatura Cubana on Buho.Guru

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  1. posmodernismo — m. arquit. Movimiento surgido en EE UU en los años setenta, que recupera la arquitectura del pasado en contraposición al funcionalismo: Ricardo Bofill es un exponente del posmodernismo. ♦ También se usa la forma postmodernismo. Diccionario de la lengua española