TRADUCCIONES

La traducción literaria en Cuba cuenta con una larga y valiosa práctica, que en muchos casos ha resultado factor determinante en el desarrollo de más de un género, en especial de nuestra lírica, donde ya nuestro primer gran poeta -José María Heredia- es autor de una vasta e importante obra como traductor. Como es sabido, se afirma que ya a los ocho años traducía a Horacio y que antes de los diez leía y comentaba a Homero y traducía de corrido a los poetas latinos. En su obra lírica puede observarse la impronta de numerosos poetas que tradujo con gran habilidad (Goethe, Byron, Foscolo, Lamartine, James MacPherson -el falso Ossian-, Young, Millevoye).En prosa tradujo del inglés Waverly; o, Ahora sesenta años, de W. Scott, y El epicúreo, de Thomas Moore. Vertió al español, también, numerosas obras teatrales, entre las que se cuentan Sila, de V. J. E. Jouy, Tiberio, de J. M. B. Chenier; Saúl, de Alfieri; El fanatismo, de Voltaire.

Continuadores de Heredia como traductor de poesía lírica fueron Domingo del Monte -quien trasladó del italiano siete elegías de Vincenzo Monti, evidenciando mayores dotes para la labor de traducción que para la de creación-; José Fornaris, que vertió con fortuna al español poemas de Hugo, Heine, Goethe, Lamartine, Berenger y Sully Prudhomme, entre otros, y Gertrudis Gómez de Avellaneda, que resulta -en rigor- más que una verdadera traductora de los principales poetas franceses de la época (Hugo, Lamartine y otros), una feliz intérprete de los poemas de estos autores.

Dos de los más importantes poetas de la llamada segunda generación romántica en nuestra lírica fueron, a la vez, traductores de gran valía. Rafael María de Mendive, además de a Hugo y a otros poetas franceses e ingleses, tradujo admirablemente las Melodías irlandesas, de Thomas Moore. Juan Clemente Zenea fue un excelente traductor de Lamartine y, en especial, de Alfredo de Musset, el poeta que más influyó en su obra. Justamente célebre es su traducción de «Lucía», la más conocida elegía del gran lírico francés, de quien vertió también al español el drama Andrés del Sarto, publicado en la Revista Habanera en 1862. Del inglés tradujo directamente a Longfellow y a William Cullen Bryant; indirectamente, a Heine y Gustav Pfizer.

A José Agustín Quintero, uno de los integrantes de la famosa antología poética El laúd del desterrado, se deben algunas buenas traducciones de Tennyson y de Longfellow, de quien fue amigo personal, así como de los poetas alemanes Schiller y Uhland. Encomiable resulta su paráfrasis de uno de los sonetos del poeta alemán Friedrich Rückert -«Poesía»-, perteneciente a sus Sonetos acorazados, publicados en 1814.

Mención aparte entre los traductores decimonónicos por la valiosísima labor realizada, coadyuvadora en no poca medida a la renovación formal de nuestra poesía, merecen los hermanos Antonio y Francisco Sellén, quienes en 1863 publicaron, bajo el título de Estudios poéticos, escrupulosas versiones de poetas de diferentes latitudes. Antonio tradujo admirablemente, entre otros, a Byron, al sueco Isaís Tegner, a Musset y al polaco Adam Mickiewicz, cuyo poema «Conrado Wallenrod» abrió las puertas a nuestra más rebelde juventud intelectual a una literatura en la que se espejaban sus ideales revolucionarios.

La labor de su hermano Francisco como traductor no le queda a la zaga. Vertió poemas de Byron al español, pero su obra capital -verdadero orgullo para nuestras letras- es la traslación al español del famoso Intermezzo lírico, de Heine -la primera versión completa en verso castellano- publicada en Nueva York en la imprenta de Néstor Ponce de León en 1875. La devoción de Francisco Sellén por la poesía alemana no se limitó exclusivamente a Heine. Años más tarde publicaría en la misma imprenta su libro Ecos del Rhin. Colección de poesías alemanas traducidas en verso (1881) donde recoge 163 versiones de 38 poetas alemanes (nueve de ellas realizadas por su hermano Antonio), entre las cuales incluye 28 de Heine no pertenecientes al Intermezzo lírico.

A inyectarle nueva savia a nuestra poesía contribuyó también notablemente Diego Vicente Tejera, quien -aparte de su labor como traductor de Goethe, Amault y Longfellow- dio a conocer al gran poeta y revolucionario húngaro Sandor Petöfi, al incluir bajo el título de «Cantos magiares», en la tercera edición de sus Poesías (1893), diecisiete poemas de franca intención revolucionaria, vertidos del francés, entre los cuales sobresale «Mi último voto», poema de desbordante fervor patriótico dedicado significativamente a Cuba por Tejera.

La nómina de traductores de poesía decimonónica se haría interminable. Rafael María Merchán tradujo con fineza la «Evangelina», de Longfellow; Aurelia Castillo de González a D´Annunzio, Carducci y Lamartine, entre otros; Mercedes Matamoros a Byron, Moore, Chenier, Schiller y Goethe; Justo de Lara (seud. de José de Armas y Cardenas), varios sonetos de Shakespeare en forma impecable, publicados por Cuba Contemporánea en 1915; Antonio Guitera y Font, los cuatro primeros cantos de La Eneida -considerados unánimemente por la crítica a la altura de las mejores traducciones hechas en español-, con lo que realizó un valioso aporte en el género, en nuestra patria, dentro del campo de las literaturas clásicas.

En este proceso de divulgación de las más altas figuras de la lírica universal, preparador del cambio de sensibilidad aportado por el modernismo, ocupa un sitial destacado uno de los más altos exponentes de este movimiento. Julián del Casal, en La Habana Elegante, El Fígaro y La Discusión, desde 1887, trasladó al español varios de los Pequeños poemas en prosa, de Baudelaire, así como otros de Catulle Mendes y páginas de Guy de Maupassant.

Con relación al resto de sus escritos, la labor de traducción poética de Martí resulta breve, pero tocada siempre por la mano del genio. En sus obras completas se recogen traducciones de Horacio, entre los clásicos, y de Emerson, Longfellow y Poe entre los poetas norteamericanos de su época. Sobre una idea de Helen Hunt Jackson cinceló su admirable miniatura «Los dos príncipes», insertada en La Edad de Oro, y en su estremecedora crónica consagrada a los mártires de Chicago en 1887, inserta su prodigiosa versión de «Los tejedores de Silesia», el magno poema de Heine, ante cuya versión se plantea la interrogante -aún no resuelta- de si fue traducida directamente del alemán por Martí, de la versión inglesa de Engels o de la francesa en prosa -en la que colaboró el propio Heine-. En todo caso, resulta admirable la fidelidad con que fueron trasvasados el vigor y el ímpetu revolucionario emanados del poema original. Por desgracia, ha resultado infructuosa la búsqueda de su traducción poética más estimada -el «Lallah Rook»; de Thomas Moore-, a la cual se refirió con cariño en varias ocasiones y de la que existe la certeza de su ejecución. En prosa, su labor más valiosa como traductor no se encuentra representada por las tres obras didácticas -Antigüedades griegas (1883), Antigüedades romanas (1883) y Nociones de 1ógica (1885)-, editadas por la Casa Appleton, y la novela Misterio (1886), de Hugh Conway (trabajos «de pan ganar», como él los denominó) sino por las versiones de Mis hijos (1875), de Víctor Hugo, y en especial de Ramona (1888), novela de Helen Hunt Jackson, verdadero modelo de traducción, superior con creces -en opinión unánime de la crítica- al original de la escritora norteamericana.

En prosa, Varela, Saco y Luz Caballero fueron traductores de los primeros textos de filosofía estudiados en el Seminario de San Carlos. Luz fue, entre ellos, el más influido por el pensamiento filosófico alemán y el mejor conocedor de la literatura de esta lengua. Visitó a Goethe en 1830, fue traductor de una breve biografía de Schiller, y en todo momento resultó un fervoroso propagandista entre sus alumnos de las letras germanas. Entusiasta admirador, igualmente, de esta gran cultura lo fue José del Perojo, discípulo de Kuno Fischer y primer traductor al castellano de la Crítica de la razón pura, de Kant -aún hoy la mejor existente, en opinión de los especialistas-, a quien se deben también algunas traducciones en prosa de poemas de Heine y de otros autores, recogidos en su Ensayos sobre el movimiento intelectual en Alemania (1875).

Nuestro primer novelista de talla, Cirilo Villaverde, es autor de una importante traducción del David Copperfield, de Dickens. Se le atribuye, también, la de Los miserables, de Hugo. Francisco Sellén llevó al español a autores tan destacados como Wilkie Collins (La vida de un perillón, 1892) Nathaniel Hawthorne (La letra escarlata, 1895) y Robert Louis Stevenson (Plagiado, 1896). Martín Morúa Delgado, cuya curiosidad filológica lo llevó a estudiar el volapuk a pocos años de haberse propuesto por Schleyer, como idioma universal, tradujo del francés Rose et Ninette, de Daudet, y con el título de Recordación publicó su versión de Called back, la novela de Conway traducida también por Martí. Se le debe, al igual, haber dado a conocer en castellano por primera vez la Biografía del libertador Toussaint L´Ouverture, de John R. Beard, tarea a la que dedicó interés especial, dada la admiración experimentada hacia el personaje biografiado.

El vigoroso movimiento de renovación que en nuestra lírica encabezaban Regino E. Boti y José Manuel Poveda a partir, fundamentalmente, de la segunda década del presente siglo, concitó el interés de numerosos autores de la época hacia la literatura francesa finisecular. Boti, buen conocedor de la lengua, no mostró perseverancia en la labor de traducción más allá de poemas aislados. Poveda en cambio -tanto en verso como en prosa-, realizó una vasta e importante tarea en el género, dispersa en publicaciones periódicas, que sólo ahora, al compilarse sus obras completas, puede apreciarse en toda su magnitud. Baudelaire, Lorrain, Henri de Regnier, Pierre Louys, Maurice de Rollinat, Stuart Merrill, D'Annunzio, Paul Fort, Peter Altemberg, Ivan Guilking se cuentan entre los autores vertidos al español por Poveda. La investigación llevada a cabo por el poeta Alberto Rocasolano sobre la obra de Poveda confirma la lamentable incineración por parte de la esposa de éste de sus traducciones de un libro de Henri de Regnier, así como de lo Rimas bizantinas, de Augusto de Armas.

El movimiento vanguardista fue pródigo en traductores de alta calidad. Emilio Ballagas tradujo, entre otros poetas, a Ronsard, Keats y Hopkins. Andrés Núñez Olano llevó a cabo una larga y valiosa labor como traductor de poetas y prosistas franceses e ingleses, dispersa aún en distintas publicaciones periódicas. Rafael Esténger tradujo a Artero de Quental. Nicolás Guillén, al poeta haitiano Jacques Roumain y el griego Janios Rizos, este último del francés. Pero la labor más destacada entre los poetas de su generación y una de las más altas en toda la historia del género entre nosotros, la realizó Mariano Brull, quien cuenta en su haber una refinada versión al español de los dos poemas capitales «Cementerio marino» (1930) y La joven Parca (1949)- del extraordinario poeta francés Paul Valéry.

Los poetas nucleados en torno a la revista Orígenes realizaron una intensa labor de traducción, en especial de poetas franceses e ingleses. Entre ellos se destacan José Lezama Lima, buen traductor de Saint John Perse; Cintio Vitier -autor de espléndidas versiones de «Un golpe de dados», de Mallarmé, y de Iluminaciones, de Rimbaud-, y Eliseo Diego, quien cuenta entre sus numerosas traducciones de poetas ingleses una bellísima traslación de la «Elegía escrita en un cementerio rural», de Thomas Gray.

En prosa, durante el presente siglo se ha realizado también una labor encomiable. Continuando la labor humanística de Antonio Guiteras y Font, Laura Mestre tradujo directamente del griego La Iliada y La Odisea (un pasaje del canto II de la primera de estas obras mereció comentarios elogiosos de Luis Segalá y Estalella, el gran traductor de los poemas homéricos). El malogrado ensayista Francisco José Castellanos publicó en México un tomito de ensayos de Robert Louis Stevenson. Félix Soloni, novelista menor (Mersé, Virulilla), realizó, sin embargo, una importante tarea en su larga carrera como traductor, que incluye más de 300 obras traducidas del inglés para Editor Press, la Editora Nacional de Cuba y el Instituto del Libro, donde hasta su muerte desempeñaba esta función. Antonio Sánchez de Bustamante y Montoro se ha distinguido como traductor de Marx (La acumulación originaria del capital, 1965) y de Lenin, cuyos Cuadernos filosóficos tradujo del francés.

Una amplia y meritoria labor de traducción ha desarrollado a lo largo de su fecunda carrera de escritor una de nuestras más brillantes figuras literarias, Félix Pita Rodríguez, quien últimamente ha centrado su labor en este campo en la divulgación de la obra de escritores vietnamitas -traducidos del francés o realizando versiones sobre transcripciones literales- encabezados por el inolvidable guía de este pueblo heroico: Ho Chi Minh. Destacable es también la versión al español del extraordinario poema «Lenin», de Vladimir Mayakovski, realizada recientemente -sobre traducción literal del ruso, en colaboración con Nina Bulgakova y Nuria Gregori- por el poeta y crítico Ángel Augier.

A partir de 1959, el disfrute masivo de la literatura generado por el proceso revolucionario, el creciente interés por el estudio de idiomas extranjeros -particularmente de los países socialistas, apenas conocidas con anterioridad, salvo el alemán-, los miles de becarios que han cursado estudios en esos países y han aprendido su lengua y los vínculos establecidos con sus respectivas uniones de escritores, han promovido un auge sin precedentes de la traducción entre nosotros. Resulta encomiable el trabajo de los equipos de traductores de la UNEAC, la Editora Nacional y, en la actualidad, el Instituto Cubano del Libro. La UNEAC ha dedicado números especiales de su revista Unión a las literaturas soviéticas, búlgara, polaca y rumana, en los cuales, bien traducidos directamente de esos idiomas o realizando la labor sobre traducciones literales al español, se destacan, entre otros, Francisco Martínez Matos, Pedro y Francisco de Oraá, David Chericián, Fayad Jamís, Eliseo Diego, Nancy Morejón, Luis Marré, Desiderio Navarro, Otto Fernández. A estos grupos hay que añadir el de la Escuela de Lenguas Modernas de la Universidad de la Habana, cuyos jóvenes instructores tienen en preparación o han realizado excelentes versiones de autores de diferentes literaturas.

BIBLIOGRAFÍA Favole Giraude, Giuseppe. «La Eneida traducida por un cubano», en Revista Cubana. La Habana, 1 (1): 60-90, ene., 1935. || Henríquez Ureña, Camila. «Laura Mestre, una mujer excepcional», en Anuario L/L. La Habana, 1 (1): 208-219, 1970. || Portuondo, José Antonio. «Encuentro cubano con Heine», en Conmemoración del 175 aniversario del nacimiento de Enrique Heine, 1797-1856. La Habana. Academia de Ciencias. Instituto de Literatura y Lingüística, 1973, p. 11-29. || Vitier, Cintio. «Una traducción de La jeune parque», en su Crítica sucesiva. La Habana, Instituto del Libro, 1971, p. 57-66.

Recurso: Diccionario de la Literatura Cubana on Buho.Guru