Hijo, Andrés, embúdamelo otra vez.

Los vicios, sean cualesquiera, resultan incorregibles. Y así refiere Correas: «Un hombre tenía la mujer bebedora, y se embeodaba; él la amenazó con un gran castigo si más la acontecía. Volvióla a hallar beoda, y para hartarla de una vez, tomó una media arroba, y con un embudo en la boca se la envasó, con que durmió, y cuando despertó decía: “Hijo, Andrés, embúdamelo otra vez”.».

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