Por la puerta de la confianza se cuela la mala crianza.

Porque la familiaridad debilita no sólo el respeto, sino el mismo sentido reverencial. Cuando el mariscal Villeroy tuvo noticia de que San Francisco de Sales había sido canonizado, se resistía a creerlo arguyendo de este modo: «¡Pero cómo es posible! ¡Si he comido no menos de veinte veces con él allá en Lyon!».

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