Quien de dos relojes se sirve, nunca sabe en qué hora vive.

Porque nunca uno y otro marcan con exactitud la misma hora. Ni siquiera los del emperador Carlos, hasta que un día, en su retiro de Yuste, la torpeza de un criado los hizo caer todos al suelo con irreparable destrozo. Entonces dijo el emperador: «Eres más listo que yo, pues has hallado el único modo de ponerlos todos de acuerdo.».

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