gótico

La indescriptible sensación que se experimenta al encontrarse en el interior de una catedral como la de León, y la impresión de búsqueda de la espiritualidad que se comprende al contemplar la catedral de la ciudad alemana de Colonia, por citar sólo dos ejemplos que hablan por sí mismos, es algo que la Humanidad siempre deberá a esos pueblos germánicos que la Historia conoce por godos. Y es a ellos, a su manera centroeuropea de entender la religión, a quienes el arte les debe el cambio de una espiritualidad cerrada y humilde, a una aspiración abierta y alta, o, lo que es lo mismo, la evolución del arte románico al arte gótico, es decir, de los godos, ese pueblo germánico situado entre los ríos Elba y Vístula (o entre Berlín y Varsovia, aproximadamente) que invadió el Imperio Romano en los primeros siglos de nuestra era.

La existencia de este pueblo en la lengua aparece ya reflejada en el latín tardío Gothi, plural de Gothus, forma latina tardía del siglo IV, que produjo el adjetivo gothicus, 'gótico', hacia 306 d. C. Como suele suceder, la voz para llamar a un pueblo surge del propio idioma, y no es extraño que esa forma latina Gothi estuviera tomada a su vez de la fuente más original, del propio idioma gótico, donde existiría la forma *Gutans, que significaría, precisamente, 'godos'.