Prólogo

"Favorecido, en fin, de mis estrellas, algunas lenguas supe, y a la mía ricos aumentos adquirí por ellas."

Esto dijo de sí, escribiendo a una religiosa, el poeta más fecundo que ha tenido España, frey Lope Félix de Vega Carpio, ingenio notable entre los mayores de la república de las letras (1).

Don Tomás de Iriarte, correcto escritor, en quien se reunían amigablemente la erudición y el buen gusto, hizo a dos personajes de la comedia que dio a luz con el título de La señorita mal criada proferir las razones siguientes (2):

EL UNO

¡Ah, miserables puristas!

Y ¿han de ser los que no viajan

conocedores en lenguas?

¡Qué absurdidad!

***

EL OTRO

Las extrañas

aprenden viajando algunos

razonablemente, y gracias;

pero después, a viciar

la suya, nadie les gana.

***

EL PRIMERO

Ni tampoco a enriquecerla.

***

EL OTRO

Según, porque hay abundancia

que es superfluidad y vicio.

El dicho de Lope, arrogante, pero verdadero, manifiesta la utilidad que puede traer el estudio formal de uno o más idiomas; la opinión de Iriarte señala, y condena con razón, el defecto en que muchos españoles incurren, aprendiendo, incompletamente por lo común, el francés, y no estudiando nada su lengua propia, contentos con hablarla según la nodriza y la niñera se la enseñaron.

Para acrecentar como Lope el caudal de nuestra lengua nativa, necesitamos, lo primero, saberla bien: mal podremos conocer qué le falta si no averiguamos con escrupulosidad qué es lo que tiene.

De loco graduaríamos a un heredero que, sin registrar la casa donde había cómodamente vivido su padre, fuese afanoso de tienda en tienda comprando muebles, colgaduras, alfombras y vasos; y al poner en su lugar cada pieza, tropezase con otra tan buena por lo menos como la que traía.

A este novelero malgastador se asemejan mucho los españoles que, desde principios del siglo XVIII, se empeñan en decir fea y oscuramente con palabras o frases francesas lo que pudieran expresar de un modo clarísimo y elegante sirviéndose de locuciones heredadas de nuestros venerables antepasados.

Sustituir con la palabra comité la de comisión o de junta, decir début en lugar de estreno, revancha por desquite, nouveautés por géneros nuevos, corbeille por canastillo, cabá por esportilla, cadeau por regalo o fineza, tableau por cuadro, trousseau por galas de novia, bisutería por joyería, toilette y soirée por tocado y sarao, no es enriquecer nuestro idioma, sino introducir en él voces que ni le hacen falta ni suenan bien. Estos huéspedes, inoportunamente aposentados en nuestra casa, comprenden la primera, la menos crecida y más inocente clase de galicismos.

En una traducción de Los viajes de Ciro, hecha en el año 1732 y dada a luz en Barcelona seis años después (3), se dice que los persas elevaban la juventud en escuelas públicas. El verbo francés élever, que en español significa elevar, en algunos casos, era en éste educar, instruir (4).

Un poeta anónimo que a fines del siglo pasado vertió, de la traducción hecha en francés, los idilios del suizo Géssner, expresó en nuestra lengua con el verbo desalterarse la locución francesa se désaltérer, que equivale a beber o apagar la sed. Léese en la página 115 del libro:

¿Y qué fue? Un cervatillo,

tan tímido como ellas,

que por un accidente

vino a desalterarse en la corriente (5).

***

Decir elevar por educar y desalterarse por beber agua es cometer otro galicismo, que consiste en dar a una palabra española significación que tiene en francés otra que se le parece.

En el Mercurio Histórico y Político, publicación mensual, traducida también del francés, que principió a correr en Madrid desde el año 1738, y en la cual, según afirmaba don Juan de Iriarte, difícilmente se hallaría una línea puesta en buen castellano, se habla de ciertas leyes inglesas contra el débito de los licores, debiendo decir venta o despacho de aquellos artículos, que es lo que significa en francés la palabra débit (6).

De un traductor que se guiaba así por el sonsonete de las voces al trasladarlas no era de extrañar que, descaminado por la palabra dessert, estampase en aquel periódico la rara noticia de que la República de Venecia había regalado a la reina de las Dos-Sicilias un desierto de cristal hecho en forma de jardín (7), cuando el regalo fue una salvilla de postres o ramillete construido de cristal, que representaba un jardín.

Así también habrá visto el lector en varias traducciones modernas entender hielo por espejo, violón por violín, fusil de caza por escopeta, menosprecio por equivocación, propio por limpio, cábala por yegua, corbata por látigo, hierro a caballo por herradura, latente en lugar de latiente, mulas del Santo Padre por sandalias del Padre Santo, y hasta gargajos por condecoraciones o cruces (8). Dar mulas por chinelas y un desierto parecido a jardín en lugar de un plato de cristal para dulces, ya no es galicismo, sino disparate espantoso, inevitable o muy ocasionado en quien se pone a intérprete de una lengua y no la sabe.

Pero estos despropósitos y las dos clases de galicismos que van designadas no perjudican tanto al habla española como los galicismos de construcción y de régimen. Cuando leemos en algún diálogo de novela, o en otra parte, Cuento sobre usted, Es hábil a razonar, Es por esto que disentimos, La selva resonó de sus voces, El rey habiéndose callado, la reina le rogó de seguir (9), o frases de semejante estructura, los que tal escriben, adulteran en lo más esencial nuestra lengua y corrompen su índole.

Si continúan como hasta hoy y se van extendiendo estas y otras varias especies de galicismos; si seguimos tomando del francés palabras de buen o mal sonido, y olvidamos por ellas las de uso corriente; si a las voces castellanas que conservemos se aplica significación que nunca tuvieron, y al formar la oración gramatical y el período distribuimos y enlazamos los términos de otra manera que la usual hasta ahora, el feliz resultado de tantas y tan graves innovaciones habrá de ser la formación de un idioma nuevo, dialecto francés con pronunciación castellana. Oscuras y grotescas entonces las majestuosas y floridas cláusulas de fray Luis de Granada y Miguel de Cervantes, los giros poéticos más gallardos de Herrera y Rioja, perecerá toda nuestra literatura clásica, condenada al olvido como gala que agujereó la polilla, moneda desgastada y sin curso, mueble roto y sin compostura. No se reirán entonces del que trocando a las preposiciones el uso y dando a la de en el sentido de con (10), diga como algún catalán ahora: "Vengo de Barcelona en mi mujer y aún estoy en una jícara de chocolate"; no, todo al contrario; para que vuelva a ser leído el Quijote será indispensable que un pulido escritor de aquella ilustrada época se digne traducirlo a la jerigonza culta corriente, dándole principio de esta o semejante manera: "Hay poco de tiempo que en un endroito de la Mancha, del cual yo no quiero reapellidarme el nombre, demoraba un hijo de alguna cosa, con su lanza perchada sobre su ratelero, con su anciano buclirio, su haridela magra y su chino de curso." No habiendo por fortuna llegado aún edad tan adelantada y próspera, en la cual viajarán por el aire los hombres y las casas por caminos de hierro u otro metal nuevecito y flamante, la obra del señor don Rafael María Baralt, este breve DICCIONARIO DE GALICISMOS, hará un gran beneficio a todos los españoles que deseen hablar con pureza su idioma.

Porque la verdad es que en materia de galicismos todos pecamos. El orador evangélico, el orador parlamentario o forense, el historiador, el matemático, el poeta, el mercader, la dama, la costurera, el escolar y la colegiala, todos cuantos por estudio o placer manoseamos libros franceses o traducciones de esta lengua mal digeridas, aprendemos algunas palabras, locuciones o giros ajenos de la índole del castellano. Ni los escritores más preciados de puros aciertan a librarse de tan extendido contagio. Hombre hay que censuró el uso de la partícula ni en una cláusula como la de primero es la honra que la hacienda ni el gusto; y ese mismo remilgado escritor había dicho misionarios por misioneros, retrazar por trazar, apenas anochezca que nos desposaremos en lugar de apenas anochezca cuando celebraremos el desposorio; todo me ha dicho por me lo ha dicho todo; supiste aprovechar de mi flaqueza por supiste aprovecharte; ventanas comunicando a las habitaciones interiores en vez de ventanas que dan a lo interior; "sangre inundó Madrid, rendir Segovia, excité tus hermanos, conviene que evites tu amante, matarme aspiras, en tu defensa tienes Alfonso, y encarnizar contra un monarca quien le debe el aliento", oraciones en que falta la preposición a, precediendo a las palabras que van impresas con redondilla, y en fin, había estampado estos dos versos de tan puro lenguaje como claro sentido:

Teme de ser de la afligida patria

la causa que en su seno el fuego encienda.

Ignoraba, sin duda, el reprochador del voquible ni, hablando en el estilo de Sancho Panza, que así como unas veces es adverbio de negación, otras se usa como conjunción disyuntiva equivalente a o (11), cosa que saben todos los niños de la escuela, donde les enseña el catecismo del padre Astete que "Dios es la cosa más excelente y admirable que se puede decir ni pensar", y donde, en las fábulas de Iriarte leen estos versos de la titulada El pastor y el lobo:

Mi piel en invierno, ¿qué abrigo no da?

Achaques humanos cura más de mil;

y otra cosa tiene, que seguro está

que la piquen pulgas ni otro insecto vil.

Este uso del monosílabo ni ya era corriente en España por los tiempos de San Fernando. En la traducción del Fuero Juzgo, hecha de su orden, se lee (12): "¿Quál christiano deve sofrir que los fillos de los reys perdant suas cosas nen so regno?" En la ley 27 de la Partida quinta, título 5.º, escribió o mandó escribir don Alfonso el Sabio: "Si despues desto quisiese el vendedor dar la cosa al comprador, ante que fuese perdida nin menoscabada... entonce será el peligro del comprador." El Marqués de Santillana, Villasandino, fray Luis de Granada, Cervantes, Lope, Quevedo y otros escritores castellanos notables emplearon la conjunción ni de la propia manera, antes que Lafontaine hubiese escrito en la fábula de El león y el ratón:

Patience et longueur de temps

font plus que force ni que rage.

Si aún autores encopetados (concluyendo ya la digresión) escrupulizan poco en conservar sin mezcla gálica el idioma en que pretenden lucirse, no es de esperar que el vulgo repare en frioleras. Sea que todo lo extraño nos choque y agrade, sea que nos canse presto lo propio, sea que tengamos propensión invencible a conceder al huésped el lugar preferente, y aún a dejarle por amo de nuestros lares, sea, por último, que no hayamos aún caído en la cuenta de que el castellano castizo no ha de aprenderse de los extranjeros que no lo saben, sino de los españoles que lo estudian y no lo olvidan; no se puede negar que las voces y locuciones peregrinas hallan pronta y fácil acogida en España. Repararon, por ejemplo, nuestros mayores en un alemán que, retorciéndose el pelo del labio superior, decía bey Gott, mentando el nombre de Dios en vano, y no se necesitó más para que al momento formasen la palabra bigote. Oyeron, quizás, a un lazzarone pronunciar con énfasis la palabra spavento, y al punto llenaron de aspavientos a entrambas Castillas. Vino en un periódico francés el nombre de Marie Antoinette; y como si Antoinette fuese más ni menos que Antonia, se dio a aquella princesa el nombre de María Antonieta, diminutivo ridículo que ya nadie le quita. ¿Qué más? A nuestros mismos apellidos alteramos la acentuación como un extranjero se la varíe. Antójasele a Pedro Agustín de Beaumarchais introducir en una comedia un barbero con el apellido catalán Figaró; se traduce al español la comedia, se traduce una ópera y un drama franceses en que Figaró desempeña un papel importante (13); no se oye en nuestros teatros más que Figaró acá, Figaró acullá, Figaró arriba y Figaró abajo; en esto se le ocurre a un autor italiano convertir en esdrújulo aquel apellido de terminación aguda; y en poco tiempo no queda español que no trueque el acento, llamando Figaró al barbero célebre de Sevilla (14); pronunciación tan impropia como si, imitando a los ingleses, llamásemos a los autores del Buscón don Pablos y El alcalde de Zalamea Quévedo y Cálderon.

A vista de tan generales ejemplos, ¿cómo se ha de extrañar que un tratante cualquiera, sin pararse a pensar sin son o no ciudades las cortes de Francia y de Inglaterra, plante a su almacén, despacho o comercio (porque eso de tienda es ya de mal gusto) el extravagante afrancesado título A la villa de París, A la villa de Londres? Otro llamará yinyibia a la cerveza de jengibre, pasta de susub a la de azufaifas, y el lindísimo nombre de sus reemplazará al de sueldo, que habiendo ya servido más de treinta y cinco años, merece jubilación y está para poco. ¿Quién dice ya de una actriz aplaudida que Fulana ha obtenido un triunfo? Parece hipérbole miserable, y a fin de abultarla, se acostumbra decir que ha obtenido una gran ovación. Y es lo bueno que por ovación se entendió siempre, mientras las hubo, un triunfo pequeño, un medio triunfo, un triunfo por menores méritos y con menos aparato que el triunfo propiamente dicho. ¿Quién osará entre personas de respeto decir que su mujer está preñada, ni embarazada, ni aún encinta? Fuera una grosería ignorar que en semejante caso se dice que la señora se halla en estado interesante: como si hubiese algún estado en que no interesaran las mujeres, y más las que tengan mérito notable o suerte infeliz. A la palabra interés y sus derivados se han aplicado acepciones tan varias y extensas, que se ha visto en una comunicación oficial acusar a cierto empleado de que miraba con el mayor desinterés el establecimiento donde servía, queriéndose decir que el establecimiento no le inspiraba interés alguno, o que no tenía con él el debido cuidado.

Recordará el lector que las más antiguas citas hechasen este prólogo son de libros impresos a principios del siglo XVIII, época en la cual, ocupando un príncipe francés el trono de España, se hizo moda estudiar la lengua del rey, y se extendieron por toda la Península las obras francesas en su idioma original y en el nuestro, o en el dialecto especial de temerarios traductores, mal francés y peor castellano. Pero mucho antes, cuando eran en España poquísimas las personas versadas en la lengua francesa, se usaban también ciertas locuciones exactamente iguales a otras que ahora tachamos de galicismos; y es harto dudoso que lo fuesen entonces. De Lope de Vega, que entendía el francés y empleó las expresiones me permito (15) y me ofrezco en víctima (16), pudiera creerse que las introdujo imitando a escritores franceses; pero cuando leemos en Santa Teresa de Jesús tengo muchas veces de grandes trabajos, y no nos consta que tuviese la Santa frecuente trato con personas ni libros franceses, hay motivo para creer que usó la palabra vez en el sentido de turno o período de tiempo, como si hubiese querido manifestar que tenía pasadas, o solía pasar, muchas temporadas o épocas de penalidades. Locuciones como éstas, más que galicismos, podrán ser italianismos o latinismos, o serían acaso modismos nuestros que se usaban entonces y no han llegado hasta nuestros días. Creo, pues, que para condenar o admitir un galicismo (y lo propio se pudiera decir de cualquier palabra, frase o giro tomados de los otros idiomas), convendrá tener presentes, entre otras, estas circunstancias:

Si la voz o locución es necesaria.

Si es fácilmente comprensible.

Si es lógicamente justificable.

Si a lo menos es bella.

Si el que parece galicismo tiene quizás origen latino, porque siendo la lengua castellana hija de la latina, la voz o locución que de ella provenga trae una recomendación respetable.

Si hace mucho tiempo ya que se usa, empleándola autores correctos.

Obligado a manifestar mi opinión sobre estas cuestiones, diría que no se debe negar carta de naturaleza a ninguna palabra que represente o recuerde un invento nuevo, como daguerreotipo, asfaltar, ferrocarril, quinqué, rifle y un sinnúmero de otros.

Reproche, intriga, coqueta, coleccionar, permitirse y otras ciento cuentan con el uso más o menos general, y algunas con autoridades de primer orden.

Expresión de doble sentido y saber su oficio a medias me parecen neologismos tolerables en cualquier escrito atildado, porque su significación aparece clara. La primera equivale a palabra con dos sentidos, la segunda a oficio de que no se sabe más que la mitad. A medias no significa sólo lo que se hace o parte entre dos, sino también lo que está a medio hacer. Nótese que los franceses dicen à demi en este caso, que no quiere decir a medias, sino a medio; por consiguiente, el a medias no es, en rigor, galicismo. Mitad hombre y mitad caballo sí es galicismo; pero dan estas voces una idea tan clara y exacta, que no hay razón para proscribirlas. En el mismo caso se hallan las locuciones yo me dije, tú te dijiste, Fulano se dijo. Cierto es que hasta poco ha el castellano que hablaba consigo decía las cosas para sí, entre sí o para su capote; no obstante, siendo tan lógico y tan claro este uso del verbo decir unido al pronombre, siendo tan conciso y enérgico, puede practicarse lo mismo que el otro.

Se ha escrito que hacer lectura de un documento o papel cualquiera es un modo malo de expresar que el papel se ha leído. Con perdón de quien lo defienda, yo sostendré que ésta es una de las infinitas cosas que se hacen y pueden decirse. Lope, en la comedia titulada Los novios de Hornachuelos (17), en lugar de decir léeme esa carta, dice hazme relación de esa carta. Si hacer relación es leer, hacer lectura también debe serlo. Quieren algunos que se dé, y no que se haga. Tan nuevo es dar lectura como hacer lectura: úsense ambos modos o ninguno.

A propósito del verbo hacer. Barbaridad moderna y mayúscula parece a un autor decir mucho tiempo hace, sosteniendo que sólo se debiera decir mucho tiempo ha. En esta barbaridad, que cometen ahora casi todos los españoles, incurrieron Cervantes y Lope de Vega. En El celoso extremeño se lee: "Hace hoy un año, un mes, cinco días y nueve horas." En La ilustre fregona: "Hoy hacen, según mi cuenta, quince años." En la comedia Contra valor no hay desdicha: "Hace un año... Hace algunos" (18). Lo mismo se observa en autores menos ilustres. En la novela de don Gonzalo de Géspedes titulada El español Gerardo se lee también (discurso primero, carta de doña Clara): "Hoy hace veinte días." Valor se necesita para tratar de bárbaro a todo un pueblo porque hoy emplea una locución que, dos siglos hace, ya tenía uso.

Más antiguo es el de llamar al príncipe de las tinieblas Satán en lugar de Satanás, cambio que algún crítico ha tenido por galicismo. Satán se lee seis o siete veces en un auto de La paciencia de Job, que existe manuscrito en la Biblioteca nacional (19), y es, cuando menos, del siglo XVI. También Lope de Vega y Quevedo usan este nombre, aquél en la novela de El peregrino en su patria (20) y éste en la del Buscón don Pablos (21).

Como hallará en este DICCIONARIO el lector la palabra hablista, me tomaré la libertad de extender unas líneas acerca de ella.

Grande alharaca se movió, muchos años ha, con la tal palabra, suponiendo algunos eruditos intolerantes que fue introducida por equivocación en el castellano, porque hubo quien leyese hablista donde decía hablistan, y de esta voz, que significa parlanchín, suprimida la n, formó la otra que significa hoy el que habla o escribe una lengua. Sea lo que fuere, la voz hablista se deriva naturalmente de habla, y como diferente de la de hablistan, puede admitir significación diferente. Coronel, con respecto a su origen, debía ser columnel o colonel en buen castellano, porque no viene de corona, sino de columna; y sin embargo, nadie ha puesto pleito a los que introdujeron en nuestra lengua esa palabra. En la de peluca se hizo también una alleración curiosa de letra en sentido contrario. Peruca se decía al principio, a imitación de la voz francesa perruque; pero como es un artefacto de pelo, el vulgo dio en llamarla peluca, recordando de este modo en castellano la materia de que se forma, traiga o no la voz su origen del griego.

Todo extremo es vicioso. A mediados, y aún más allá, del siglo XIX, es imposible que hablemos como en tiempo de los Reyes Católicos; mas tampoco es justo que por negligencia, ignorancia o capricho viciemos, corrompamos o destruyamos la hermosa lengua de Garcilaso y San Juan de la Cruz, de Herrera y Cervantes. El señor don Rafael María Baralt, en este DICCIONARIO, trata de guiar a nuestros escritores por un camino medio, atinado y seguro. No proscribe todo lo nuevo; escoge, sí, de las novedades las que tiene por útiles; no patrocina ciegamente lo antiguo; antes rebusca los que le parecen defectos hasta en los autores más venerables. Demasiadamente severo se muestra diversas veces; acaso lo hará porque, contando con la poca docilidad que suele haber para acomodarse a la doctrina de un catecismo literario reciente, pide mucho para conseguir una cosa arreglada. Adusto aquí, afable allá, mal enojado en un artículo, jovial y desenfadado en otro, el libro, con ser de consulta y para leerse salteado, puede, no obstante, ser leído agradablemente hoja por hoja. Preceptos, consejos, modelos de imitación, ejemplos que deben huirse, enseñanza y aún recreo encontrarán los lectores de este reducido volumen, útil a cuantos leen y hablan el castellano, a muchos de los que lo escriben componiendo de propio caudal, y a los traductores del francés sobre todo. Leyendo este DICCIONARIO una vez, consultándolo con frecuencia y estudiando sin cesar nuestros buenos autores, el saber una o varias lenguas vivas no perjudicará a ningún escritor; al contrario, fecundará su pluma con voces nuevas, hermosas y atinadamente expresivas. Para enriquecer nuestra lengua como Lope hay que seguir el consejo de Moratín el padre (22): leer tantos libros castellanos como extranjeros. El que tenga que limitarse a los unos renunciando a los otros, el español que haya de elegir entre los Misterios de París y el Quijote, prefiera a Cervantes.

Juan Eugenio Hartzenbusch

Recurso: Diccionario de galicismos on Buho.Guru

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  2. prólogo — m. Discurso antepuesto en un libro. Diccionario del castellano
  3. prólogo — (Del griego "pro": antes y "logos": discurso) Texto que precede una obra, con el fín de presentarla o explicarla. Diccionario literario
  4. prólogo — 1. m. Introducción a ciertas obras para explicarlas al lector o comentar algún aspecto de las mismas. 2. Lo que sirve para introducir alguna cosa, a modo de presentación o preparación: la ceremonia de apertura fue el espectacular prólogo de las olimpiadas. Diccionario de la lengua española
  5. prólogo — Sinónimos: ■ preámbulo, proemio, prolegómenos Antónimos: ■ epílogo Diccionario de sinónimos y antónimos