CRIOLLISMO

Término con que se conoce en nuestra literatura el tratamiento de temas y motivos vernáculos relacionados con el campesinado. Se manifiesta primordialmente en la lírica y en la narrativa, aunque, atendiendo al aspecto cronológico, no existe coincidencia en la plenitud de sus respectivos desarrollos (mediados del siglo XIX en la lírica; tercera y cuarta décadas del siglo XX en la narrativa). Las primeras manifestaciones criollistas entre nosotros se producen paralelamente al surgimiento del romanticismo; pero debido a las circunstancias históricas por las que atravesaba el país, la tendencia, rebasando los marcos meramente literarios, deviene en una indagación e interpretación de nuestra incipiente nacionalidad, en un planteamiento de «cubanía» por parte de nuestros artistas, los cuales se unen, con ello, al común empeño que distintas figuras se planteaban en otros órdenes de la vida nacional. Literariamente, este paulatino asentamiento de nuestra personalidad se había manifestado ya en la elección de la espinela por parte del campesino como forma propia de expresión en detrimento del romance, típica forma popular española. Por ello, ya desde los primeros empeños criollistas, debidos a Francisco Pobeda y Armenteros (1.796-1881) y Domingo del Monte (1804-1853), se hace evidente que la forma llamada a imponerse como cauce idóneo para la expresión del tema resultaría la decimista, representada por Pobeda, mientras apenas encontraron eco popular los romances cubanos cultivados por Domingo del Monte, aunque es oportuno señalar que no faltan ejemplos de romances en la producción de tipo criollista de nuestros principales poetas cultos de la época, algunos de los cuales -como acontece con Ramón Vélez Herrera- vertieron en este molde sus mejores composiciones («La pelea de gallos», «La flor de la pitahalla»).

En nuestro medio, el criollismo se encuentra íntimamente ligado a otro movimiento -el siboneyismo-, al que se adscriben prácticamente los mismos poetas que se acercaron al criollismo. Dentro de esta última tendencia fueron sus principales cultivadores -aparte de los ya citados Francisco Pobeda y Armenteros y Domingo del Monte- Ramón de Palma («La carrera de patos» «La dama cubana»), que en sus Cantares de Cuba (1854) realizó uno de los primeros estudios sobre nuestra poesía popular; Ramón Vélez Herrera, quien a las composiciones antes citadas une su leyenda poética «Elvira de Oquendo; o, Los amores de una guajira». Miguel Teurbe Tolón, con sus Leyendas cubanas (1856), y los dos principales escritores del movimiento siboneyista, José Fornaris y Joaquín Lorenzo Luaces, coeditores de La Piragua, revista que fue portavoz del movimiento. Luaces, en una zona de su poesía, es autor de varias glosas campesinas, así como de una serie de romances («La guajira coqueta», «El tuerto de Guanajay», etcétera) y de algunas tradiciones cubanas, entre las que se destaca «La cruz de la serventía», no incluida en las distintas ediciones que de sus poesías completas se han realizado; también en sus «Anacreónticas cubanas» encontramos elementos criollistas, los cuales introduce el autor en su romántico empeño por cubanizar el género. Fornaris, más conocido como, cabeza del movimiento siboneyista (Cantos del siboney, 1855), incursionó con mejor fortuna en el criollismo, donde logró algunos romances aceptables como «Las palmas» y «La madrugada en Cuba». Pero sería El Cucalambé (seud. de Juan Cristóbal Nápoles Fajardo), una de las más enigmáticas personalidades de nuestra literatura, la figura que mejor expresaría la tendencia y el único que alcanzó en ella una genuina identificación con los hombres de nuestro campo, que le ha valido mantener una popularidad indeclinable entre ellos a través de más de un siglo (es sabido que numerosas décimas de El Cucalambé son cantadas por nuestros «guajiros», quienes las consideran anónimas, frutos de la entraña popular). El libro de Nápoles Fajardo, Rumores del Hórmigo (1856), conoció ya en el siglo XIX varias ediciones y ha permanecido como la obra más representativa de esta tendencia en nuestra lírica.

Aparte de Luaces, algunos de nuestros poetas románticos mayores nos han legado composiciones de tipo criollista. José Jacinto Milanés cultivó el romance antiesclavista en «El negro alzado» y es autor de varias glosas («El sinsonte y el tocoloro», «Adiós al tiple», «La muchacha bailadora», etcétera), de tono ligero, a veces humorístico. Plácido (seud. de Gabriel de la Concepción Valdés), con sus poemas «Al Yumurí» y «Al Pan», antecede a Fornaris en el tratamiento de temas indigenistas y denota cierta influencia del criollismo en sus letrillas, aunque éstas no pertenecen propiamente a esta tendencia.

En la prosa, el criollismo no tuvo en el siglo XIX igual fuerza significativa que en nuestra lírica, y aunque elementos criollistas puedan encontrarse fundamentalmente en la producción de nuestros costumbristas, esta última tendencia (véase COSTUMBRISMO) posee características muy definidas que la hacen ajena de modo substancial al movimiento criollista. En cambio, el segundo momento de esplendor de la tendencia criollista en nuestra literatura se expresa básicamente en prosa a través de un grupo de narradores encabezados por Luis Felipe Rodríguez, su figura más representativa. Un antecedente de la cuentística de tema campesino cultivada por este autor se encuentra en la producción de Jesús Castellanos reunida en el volumen De tierra adentro (1906), pero ambos autores difieren raigalmente en el tratamiento de la realidad reflejada en sus obras. Mientras en Castellanos el acercamiento al campesino resulta externo y éste es siempre observado con cierta indulgencia por parte del intelectual que se digna descender a él y hacerlo personaje de su obra, Luis Felipe Rodríguez va mucho más allá y, al identificarse plenamente con el destino de nuestros hombres de campo, bucea en las raíces de sus males hasta poner al desnudo la causa de sus penas en libros tan fundamentales para nuestra cuentística como La pascua de la tierra natal (1928) y Marcos Antilla (1932), o en su novela La conjura de La Ciénaga (1924), reelaborada y publicada más tarde con el título de Ciénaga (1937). Con su obra, Luis Felipe Rodríguez incorporó nuestra narrativa al movimiento criollista que se desarrollaba paralelamente en la América Latina y que produjo obras de la significación de La vorágine, Los de abajo o Doña Bárbara, por citar tan sólo los tres grandes clásicos del momento criollista en la novela latinoamericana del siglo XX. A su vez, Luis Felipe Rodríguez abre una senda en nuestra cuentística que sería la más transitada entre nosotros durante la tercera y cuarta décadas del presente siglo. Cultivadores de talla dentro de la tendencia fueron, entre otros, Dora Alonso, Carlos Fernández Cabrera, Raúl González de Cascorro, Carlos Enríquez -autor de una de las novelas más representativas del movimiento, la plástica Tilín García (1939)-, Samuel Feijóo (Juan Quinquín en Pueblo Mocho, 1964). Sin embargo, el apego a un naturalismo estrecho y la reiteración de técnicas anquilosadas, como sucede en Tierra inerme (1961), de Dora Alonso, fueron minando la tendencia, que tuvo en Onelio Jorge Cardoso -en determinada etapa de su obra- un último gran cultivador, que pudo, gracias a su gran fuerza creadora, rebasar los estrechos cauces por los que ésta discurría.

Ya dentro de la narrativa posrevolucionaria, sólo esporádicamente encontramos algunos ejemplos que sigan los patrones del tipo de narración criollista acuñado por Luis Felipe Rodríguez, al cual se ciñen, grosso modo, las ya citadas obras de Dora Alonso y Samuel Feijóo. El tratamiento de la temática campesina por autores más jóvenes, que no ha dejado de ser cultivada en la actual narrativa, discurre, sin embargo, por vías renovadoras, distintas a las que imperaron en el momento de esplendor de la tendencia que hemos dejado bosquejada.

Recurso: Diccionario de la Literatura Cubana on Buho.Guru

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  1. criollismo — 1. m. Característica de lo que es criollo: todavía conserva algún rasgo de criollismo. 2. Conjunto de costumbres y tradiciones de los criollos: sus canciones siempre hablaban de criollismo. Diccionario de la lengua española