MODERNISMO

Se conoce con este nombre, en los países de lengua castellana, al movimiento de renovación literaria que comienza en las postrimerías del siglo XIX y se extiende hasta los comienzos del siglo XX. Puede considerarse, en gran medida, un movimiento encaminado a quebrantar la ética y la estética del romanticismo. En poesía renueva el lenguaje y la métrica y rinde culto al arte por el arte, sobre todo en sus primeros momentos. La supremacía que concede al complejo de sensaciones, la línea, el color y el gusto por lo exótico, son también características muy significativas de la orientación. Tanto en América como en España, el modernismo no se limita a la poesía; así vemos que invade la novela, la crónica y el teatro. No obstante, la crítica no se ha puesto de acuerdo en lo referente a la amplitud y el alcance del movimiento, pero últimamente está en ascenso el criterio de que el modernismo no es una escuela literaria, sino toda una época. Lo cierto es que Rubén Darío es considerado hoy el jefe indiscutible de aquel movimiento, y que sólo a partir de la publicación de su libro Azul (1888) se inicia la cohesión de tantas inquietudes renovadoras dispersas. Hispanoamérica es, pues, donde se origina el modernismo y donde alcanza más cohesión y relieve. Con él, las letras hispanoamericanas se incorporan a la literatura universal. Conviene, sin embargo, no confundir el modernismo con la orientación del mismo nombre que se desarrolló paralela y simultáneamente en varios países de Europa, pues los intereses de esta última, más ambiciosos y universales, rebasaban lo puramente artístico y afectaban problemas estéticos y religiosos muy complejos. Precisa aclarar, además, que en Cuba se denominó «modernismo», en determinado momento, a la tarea renovadora llevada a cabo principalmente por Regino E. Boti y José Manuel Poveda en un período que va, de manera restringida, de 1913 a 1917. Pero la crítica más reciente prefiere llamarlo -con razón- posmodernismo, teniendo en cuenta para ello las características de las obras producidas en este período.

Cuando el modernismo logra su máximo desarrollo, que muy bien podría situarse en los años que van de 1896 a 1907 -aunque algunos prefieren marcar el fin de este hito dos años antes- no halla en Cuba un grupo de escritores cuya sensibilidad se corresponda plenamente con los ideales estéticos del movimiento. De ahí que la crítica se muestre acorde en señalar que en Cuba no existió modernismo, al menos con la misma intensidad y características con que se presentó en otros países hispanoamericanos. Sin embargo, en los años anteriores a la Guerra de 1895, la de nuestra independencia, la producción literaria cubana -representada por José Martí, Julián del Casal y Manuel de la Cruz- prácticamente precede a dicha escuela. Sabido es que el primero, por sus ideales separatistas, vivió gran parte de su vida fuera de la patria, y que el segundo, debido a la situación política interna, no logra influir con suficiente amplitud en su momento.

Para el gran crítico Pedro Henríquez Ureña, José Martí inicia el modernismo con su libro Ismaelillo (1882). En realidad la poesía de Martí sobrepasa dicha orientación, aunque en algunos momentos -formalmente- se puedan advertir contactos específicos. Julián del Casal se muestra plenamente modernista en su segundo libro, Nieve (1892), ya que en el primero, Hojas al viento (1890), las influencias del romanticismo se sobreponen a la impronta de parnasianos, decadentes y simbolistas franceses, de más reciente conocimiento. Casal, se ha dicho, no fue un maestro de ideas, sino un emotivo enamorado de la sensación y el color. Martí es también un gran emotivo, pero en opuesta dirección, pues resulta, a su vez, un extraordinario maestro de ideas.

Aunque el modernismo apenas rozó la conciencia de otros escritores de la Cuba finisecular, no podemos pasar por alto el caso de Juana Borrero, quien -a través de sus relaciones literarias con Julián del Casal- se impregna de algunas sugestiones propias del modernismo. Pero romántica por temperamento, no va más allá de ese contacto tangencial. Algo más o menos parecido ocurre con los hermanos Carlos Pío y Federico Uhrbach, también discípulos del autor de Nieve, que dan en colaboración el libro Gemelas (1894). Bonifacio Byrne, tal vez el poeta más importante del período que va de Casal a Regino E. Boti, en su libro Excéntricas (1893) presenta rasgos que superan la expresión de su momento. Después de este libro, Byrne se inclinará a favor de una poesía de acento patriótico, dentro de la cual se destaca su conocidísimo poema «Mi bandera». En la prosa, aparte de Manuel de la Cruz y Nicolás Heredia, merecen citarse aquí a Eulogio Horta y a Francisco García Cisneros. Ya a estas alturas, se hace necesario destacar el papel jugado por la revista La Habana Elegante (1883-1996), que dirigía Enrique Hernández Miyares, en cuyas páginas aparecieron las principales firmas del modernismo.

Pese al privilegio de haber contado Cuba con dos escritores de la talla de José Martí y Julián del Casal, la dispersión impuesta

por la guerra dio un corte brusco a las posibilidades de un avance literario coherente. Al morir ambos maestros, antes de independizarse el país del coloniaje español, se paralizan los afanes renovadores que ellos encarnaban.

Ya libres de España, pero escamoteada la verdadera independencia por Estados Unidos de Norteamérica, la mayoría de los escritores cubanos no siguen la ruta que abrieran Martí y Casal, y permanecen aferrados -salvo contadas excepciones- a un mal asimilado clasicismo castellano, deformado por las peores zonas del romanticismo.

Debe destacarse -y así lo han hecho los estudiosos del trasfondo social de la cultura-, que la renovación modernista coincidió con el expansionismo financiero y comercial de Estados Unidos. La intervención armada estadounidense en nuestra Guerra de Independencia, constituye uno de los ejemplos más fehacientes en tal sentido. Se ha dicho, justamente, que en ese instante y a través de ese fenómeno internacional, el mundo colombiano entra de lleno en la órbita de las potencias que se disputan las fuentes provisoras de materias primas y los mercados potenciales; así, con ese fondo, repito, las letras hispanoamericanas se incorporan a la literatura universal. El apogeo del modernismo, pues, se corresponde en Cuba con un período literario de transición. Al instaurarse la República en 1902, el modernismo es la orientación dominante en los países de habla castellana, pero en el nuestro carece de figuras capaces de generar internamente un movimiento en concordancia con el quehacer literario del exterior. La rectoría espiritual que ejercieron Enrique José Varona y Manuel Sanguily en la primera década republicana, debió influir en no pocos escritores para mantenerse alejados de todo intento renovador. «Basta ver cómo Enrique José Varona -señalaba José Manuel Poveda al respecto-, cubano sesudo si los hay, ha negado toda importancia al ciclo llamado «modernista» y dice de su figura más notable [Rubén Darío] «que es un hombre de talento que se ha empeñado en demostrar que no lo tiene». Aquí todos, con Varona a la cabeza, han estado guardando el museo, reproduciendo sus baratijas para el mercado local, y vaciando en ramplona escayola sus escasas «chefs d'oeuvre» para el comercio de cabotaje.»

No obstante, en esa década inicial de la República, se escriben o se publican algunas obras que se apartan tímidamente de los cánones convencionales. En este caso está Mercedes Matamoros con sus Sonetos (1902), Carlos Pío (fallecido mucho antes) y Federico Uhrbach con Oro (1907), Francisco Javier Pichardo con Voces nómadas (1908) y René López, que no dejó libro y publicó gran parte de su producción también por esos años. Tal vez pueda hallarse aquí y allá algún rasgo modernista en Crepúsculo, (1909), Sol de invierno (1911) y Limoneros en flor (1912), de los hermanos Fernando y Francisco Lles. Aunque estos autores son en su verso formalmente fieles al clasicismo, Y el acento dominante en su obra es de sabor romántico,, su prosa puede ser tenida por modernista. En lugar destacado debe situarse la labor en prosa de Jesús Castellanos.

Transicional al fin, la producción literaria de esos años presenta dos vertientes que, en determinado momento, representan -en poesía- Manuel Serafín Pichardo y José Manuel Carbonell. Vemos que los rasgos románticos y las «meditaciones campoamorescas» se mezclan con la versificación declamatoria y dan lugar a la «poesía» de certamen. La más ruidosa confirmación de su existencia la constituye la polémica suscitada en torno al poema «La visión del águila» (1907), de Carbonell, al no ser premiado éste en unos juegos florales convocados por el Ateneo de La Habana. Desde las páginas de la revista Letras (tres épocas, 1904-1918), Carbonell atacó a Manuel Serafín Pichardo y a Conde Kostia (seud. de Aniceto Valdivia), ambos integrantes del jurado calificador que declaró desierto el premio. En El Fígaro (1885-1929), que dirigía Pichardo, se abroquelaron los replicantes. Conde Kostia y Emilio Bobadilla (Fray Candil), casi siempre residente en el extranjero, representan la crítica vinculada a la primera vertiente; en tanto, Arturo R. de Carricarte y Bernardo G. Barros respondían a la segunda. Sin embargo, las diferencias de una y otra vertiente eran más bien resultado de intereses personales que de verdaderas posiciones estéticas. Puede considerarse este momento como el de la más profunda crisis lírica de Cuba.

Tres años antes, la antología que lleva por título Arpas cubanas (1904), había dado señales inequívocas de la penuria poética que padecía el país, pues -al decir de Boti- con excepción de los textos de René López y alguna que otra composición aislada, lo demás podía arrojarse a un cesto sin remordimiento alguno. Así las cosas, correspondería a Regino E. Boti y a José Manuel Poveda, fundamentalmente, devolverle a nuestra poesía la dignidad perdida(Ver POSMODERNISMO).

BIBLIOGRAFÍA Boti, Regino E. Notas acerca de José Manuel Poveda, su tiempo, su vida y su obra. Manzanillo, Imp. y Casa Editorial El Arte, 1928. Henríquez Ureña, Max. Breve historia del modernismo. México. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1954, p. 412-441. Henríquez Ureña, Pedro. «El modernismo en la poesía cubana», en su Ensayos críticos. La Habana, Imp, de Esteban Fernández, 1905, p. 33-42.

Recurso: Diccionario de la Literatura Cubana on Buho.Guru

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  5. modernismo — Corriente poética nacida en Hispanoamérica a principios del siglo XX, que tuvo importante repercusión en España. Tuvo como característica principal la musicalidad del verso, su máximo representante fue Rubén Darío (Nicaragua, 1867-1916). Diccionario literario
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